Un castillo con las puertas y las ventanas abiertas


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre Romanos 1: 16-17

Permítanme que comparta una historia  sobre un fabricante de jabón que no creía en el Sr. Dios. Un día, mientras caminaba con un rabino le dijo: Hay algo que no puedo entender; hemos tenido la religión durante miles de años, pero por dondequiera que uno mira hay maldad, corrupción, deshonestidad, injusticia, dolor, hambre y violencia. Parece que la religión no ha mejorado el mundo en absoluto. Así que le pregunto al rabino: ¿De qué sirve vivir con fe?

El rabino se quedo callado y siguió caminando con el fabricante de jabón. Finalmente se acercaron a un parque donde los niños, cubiertos de polvo, jugaban en la tierra.

Hay algo que no entiendo, dijo el rabino, señalando a los niños. Mire esos niños; hemos tenido jabón por miles de años, y sin embargo esos niños están sucios. ¿De qué sirve el jabón?

El fabricante de jabón  le miro y le respondió un poco enojado: Pero rabino, no es justo culpar al jabón por esos niños sucios; el jabón se tiene que usar antes de que pueda lograr su propósito.

El rabino sonrió y dijo: Exactamente, lo mismo pasa con la fe.

En esta mañana, en vísperas de recordar el inicio de la Reforma protestante, el apóstol Pablo, cita a un profeta del Antiguo Testamento y de alguna manera explica lo que significa ser un creyente cuando escribió: el justo por la fe vivirá.

Tal vez con esa sencilla declaración  podamos comprender la diferencia que existe entre una fe inundada de tradiciones y confesiones, pero que es frágil e ineficaz y una fe que tiene el poder de cambiar a los hombres y a las mujeres. Sobre todo el corazón y la mente de esos hombres y esas mujeres.

Los reformadores pretendieron actualizar conceptos, acercar las Escrituras al pueblo, explicar la fe. Así que quiero en esta mañana habla algo de  nuestra fe reformada. La fe es más que creer; es una completa confianza en Dios, Pero es una fe que va acompañada de acciones.

La fe es más que poseer propósitos y redactar proyectos llenos de buenas intenciones. La fe va más allá que desear el bien común. Es más que sentarnos cada domingo en la capilla, y cantar himnos antiguos. Vivir con fe es más que decir al final de la celebración que estamos de acuerdo con lo que se predica desde el púlpito. Cuando afirmamos que el justo por la fe vivirá, estamos diciendo nada más y nada menos que nuestra fe es una especie de guía que nos conduce o un ancla que nos sostiene. Vivir con fe es comportarnos de una manera que tiene correspondencia con lo que proclamamos a los cuatro vientos.

Somos reformados cuando aceptamos la idea de que la fe debe ir acompañada de la acción, de lo contrario sería una fe muerta. O sencillamente es otra cosa, pero no es tener fe. Cuando nuestro modo de vivir la fe no nos incita a cambiar lo que ha de ser cambiado, entonces tendremos que aceptar que vivimos una religiosidad que corre pocos riesgos.

Los hombres y las mujeres que se involucraron en la reforma de la iglesia nos mostraron una gran confianza en la gracia del Padre. Y no se amilanaron ante el anuncio que solo la gracia salva, que sólo Jesús era el camino, que sólo las Escrituras eran la fuente de autoridad. Sin duda su tiempo fue un tiempo lleno de incertidumbres. Un tiempo abarrotado de dudas. Un tiempo saturado de conflictos y adversidades. ¿pero acaso nuestro tiempo no es muy distinto?

Los hombres y las mujeres de fe son los que caminan entre espinos por el camino del discipulado y se esfuerzan por seguir el ejemplo del Señor de la vida. Es la fe en Jesús la que nos motiva y, de hecho, nos inspira a levantar nuestros corazones al cielo cada mañana, a edificar y bendecir a nuestros semejantes.

La fe sin acciones y sin cambios viene a ser como el jabón que permanece en su recipiente sin usar. Podrá tener un buen aroma y ser muy eficaz para la limpieza o desinfección, pero en realidad es inútil dentro de su caja.

Nuestra fe puede bendecir. Puede ejercer una influencia sanadora a nuestro alrededor, pero ha de ser sacada de su estuche. Ha de ser expuesta. Nuestra fe puede llenar a nuestra tierra con bondad y paz. Nuestra fe puede transformar a los enemigos en amigos. A una persona egoísta en una persona solidaria.

¿Somos reformados? Si, somos reformados. Porque intentamos cada día vivir por la fe. Y habitamos en un castillo fuerte, pero con las puertas y las ventanas abiertas para que por ellas pueda entrar la gracia del Sr. Dios.

 

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