Hay piedras en el camino


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Querida iglesia:

Que sea el Espíritu de Dios quien nos abra los ojos en esta mañana para ver y entender el mensaje de las Escrituras. Si, que sea el Espíritu Santo nos ayude a quitar las piedras del camino.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento. Este texto sospecho que contiene un desafío para algunos de nosotros que hemos lidiado con la enfermedad. Sospecho que básicamente todo lo que está relacionado con las dolencias del cuerpo y de la mente son las limitaciones que nos hacen muy frágiles y sensibles. Y que la mayoría de las veces arrastramos como una piedra pesada.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento. Sobre el dolor, sobre las enfermedades, sobre los tratamientos para curarnos, sobre las pérdidas de un familiar y sobre el duelo se ha hablado mucho entre nosotros en estos últimos veinte años. Y más temprano que tarde muchos de nosotros pasaremos por esa experiencia ardua. Y para todas las etapas de la vida nosotros tenemos alguna frase o versículo bíblico favorito, pero ninguna de estas frases o textos,  cuando llega el momento del dolor y de la pérdida, nos convence de nada porque el problema no es si creo que la ciencia o el Sr. Dios nos pueden ayudar a salir de nuestro agujero negro. No, al final es si estamos solos en medio de las debilidades. Y es que cada dolor es nuestro y de nadie más.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento y los discípulos se hacen una pregunta muy familiar para nosotros: ¿de quién es la culpa? Esta pregunta en realidad es una manera de buscar una explicación a las cosas que nos pasan en la vida sin sentido. Es un intento de buscar consuelo, es forma de  racionalizar del dolor, es la búsqueda de una oportunidad para alejar de nosotros la idea de que algo terrible nos pueda pasar a nosotros también. Si, muchos de nosotros nos hemos hecho esta pregunta alguna vez.  Por que hemos pasado días y meses tratando de entender la enfermedad que ha tocado a la puerta de nuestra familia, de entender cómo funciona, cuáles son las posibilidades de mejora, de buscar alguna respuesta, alguna certidumbre, alguna verdad. Pero la mayoría de las veces las respuestas no llegan. La certidumbre se acaba y la verdad es que las personas que amamos acaban por morir un día. Y entonces un profundo sentimiento de soledad llena nuestra casa.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento. Todos nosotros queremos ser curados, ser sanados, ser salvados. Todos tenemos nuestro estanque de Siloé donde vamos a lavar nuestras culpas, nuestros miedos, nuestras impurezas y nuestras heridas. En algunos casos, hasta las propias palabras del pastor y la oración en la iglesia funcionan como un aliciente para seguir manteniendo esperanzas de soluciones que sólo el Sr. Dios sabe si son  posibles. Sólo el Sr. Dios y nadie más.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento. En el texto de esta mañana la limitación de la persona es no poder ver. Pero, para nosotros esto es una experiencia que no hemos padecido. Nosotros hemos tenido otras experiencias. Otras son nuestras limitaciones y cuando estás han llegado hemos aprendido a relacionarnos con el Sr. Dios desde el enojo, desde el miedo, desde la confianza, desde la esperanza. Pero en realidad la gracia de Dios es diaria como el pan, a veces más evidente, otras veces ni la vemos. En muchos casos, nuestros dolores, nuestras preocupaciones y nuestros miedos son motivo de oración, motivo de compasión, motivo de piedad, motivo de comprensión, motivo de solidaridad, motivo de afecto, motivo de empatía. En otros casos, es motivo de desesperación, motivo de confrontación, motivo de aislamiento, motivo de silencios. Estas son las piedras que hay en nuestro camino.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento. En cada una de estas situaciones difíciles que vivimos es posible que hayan hombres y mujeres que no pueden ver más allá de sí mismos,  que no perciba todo lo que pasa a su alrededor, que no sean capaces de dar gracias. Asi somos los humanos: muy frágiles y manipulados por las emociones de aquí para allá y de allá para acá. En nosotros las imitaciones, las de no ver la vida como Dios quiere que la veamos, se sostiene hasta que la vida gana fuerza ante la muerte. La acción de Dios se percibe con los ojos de la fe pero esos ojos, muchas veces están inundados de lágrimas o mirando al suelo. Donde están las piedras.

Jesús ve a un hombre ciego de nacimiento. Cada situación de dolor, cada momento de enfermedad no son sino ventanas a través de las cuales podremos ver lo que siempre hemos sido, aun debajo de la corteza del orgullo, de la autocomplacencia, de los propios deseos, los propios proyectos de vida, los hijos y las hijas amadas por el Padre. Cada una de nuestras limitaciones no son sino una nueva oportunidad para renovar una vez más nuestras esperanzas, nuestra relación con la fuente de la vida, para escucha de las Escrituras: ¡El reino de Dios está entre nosotros!

Querida iglesia: 

El evangelio de Jesucristo nos convoca a ser sal y luz en el mundo, en medio de nuestras familias, nuestras comunidades, a ver la vida como la ve el Sr. Dios. Así que tú que me escuchas, abre tus ojos y la luz de Cristo te alumbrará. Respira, porque el Espíritu de Dios está aquí.

Esta es nuestra fe. Amén.

Augusto G. Milián

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