Agradezco de corazón la invitación a esta mesa ecuménica, en el marco del Congreso Mariológico Internacional de la Universidad Católica de Valencia. Y al decir que lo hago de corazón es porque en cada encuentro ecuménico participamos de algún modo en el ruego de Jesús, al orar al Padre: “que todos seamos unos para que el mundo crea en él, como el enviado” (Juan 17, 21). Y, además, lo hago de corazón porque el tema que nos compete en esta mesa es precisamente uno de los que más nos ha distanciado a lo largo del tiempo, a católicos y protestantes y, por tanto, requiere que intentemos una conversación que trate de ser sincera, e incluso atrevida. Del distanciamiento al diálogo ecuménico Hago la precisión de que no ha sido María quien no ha distanciado, sino la Mariología (y muy en particular los dos dogmas de la iglesia católica: el dogma de la Inmaculada Concepción [definido en 1854] y el dogma de la Asunción de María [definido en 1950]).
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