Ahuyentar a la oscruidad
Hay que encender una luz en la oscuridad
Buen martes para los que me escuchan desde lejos. Buen martes para los que escuchan desde cerca. Cada día es un regalo, pero a usted y a mí se nos olvida.
Si usted camina de noche por nuestra ciudad, la luz de las farolas de revelarán otra Zaragoza. Son discretas las farolas del Parque Grande. Son modernistas las de la calle Alfonso. Son postmodernas las del Paseo Independencia. Pero todas tienen algo en común: alumbran.
En nuestra tradición la luz es símbolo de Jesús y del Espíritu Santo. Y si algo se les pide a los discípulos, del pasado y del ahora, es que sean luz allí donde hay oscuridad, pero esto no siempre lo logramos por nosotros mismos.
La historia que relata Jesús de las vírgenes, que esperan al novio para comenzar la fiesta, nos ofrece algunas claves sobre el Reino de Dios. ¿Se han dado cuenta como Jesús asocia al Reino de Dios con una fiesta de bodas y no con un funeral? Pero hablando de cuestiones más prácticas, para que haya luz ha de haber una relación entre la mecha y el aceite. Y aún más, para que la luz perdure en el tiempo ha de haber suficiente aceite. No basta con un poco.
Entre los dos grupos de chicas, del relato, no hay muchas diferencias. Es al final que se muestra lo importante. Todas son vírgenes, como demanda la costumbre. Todas llevan lámparas. Todas están cansadas y se duermen. Pero la moraleja es muy sencilla: las personas despreocupadas son excluidas de la fiesta. Y la razón es simple, sus lámparas estaban apagadas. No tenían luz.
En las Escrituras leemos que el Sr. Dios no hace acepción de personas en cuanto a sus posesiones, o a la raza a la que pertenecen, o al credo que confiesan, o a los conocimientos de los que hacen gala. Porque de lo que se trata siempre, siempre, y siempre es lo relacional. Del vínculo entre la mecha y el aceite. De la huella que dejas en los otros cuando ahuyentas a la oscuridad. De la luz que usas para alumbrar a la familia, a los cercanos, a los extraños y a los amigos.
Así que usted y yo, hoy y no mañana, podemos entonar un canto a la esperanza, podemos ser un arroyo de agua vida y tenemos que encender una luz en la oscuridad.
Lectura del evangelio de Mateo 25, 1-10
El reino de los cielos puede compararse a diez muchachas que en una boda tomaron sendas lámparas de aceite y salieron a recibir al novio. Cinco de aquellas muchachas eran descuidadas, y las otras cinco previsoras. Y sucedió que las descuidadas llevaron sus lámparas, pero olvidaron tomar el aceite necesario. En cambio, las previsoras, junto con las lámparas, llevaron también alcuzas de aceite. Como el novio tardaba en llegar, les entró sueño a todas y se durmieron. Cuando a eso de la medianoche se oyó gritar: “¡Ya viene el novio! ¡Salid a recibirlo!”, las diez muchachas se despertaron y comenzaron a preparar sus lámparas. Las descuidadas, dirigiéndose a las previsoras, les dijeron: “Nuestras lámparas se están apagando. Dadnos un poco de vuestro aceite”. Las previsoras les contestaron: “No podemos, porque entonces tampoco nosotras tendríamos bastante. Mejor es que acudáis a quienes lo venden y lo compréis”. Pero mientras estaban comprándolo, llegó el novio, y las que lo tenían todo a punto entraron con él a la fiesta nupcial, y luego la puerta se cerró.
¿Quién me acompañara en una oración? ¿Quién?
Padre: Ahora que comienza el día escuchas mis primeras palabras. Lo sé, Señor, tú me llamas para que sea sal y sea luz; sal para salar y luz para alumbrar. Así de sencillo, pero necesitamos el aliento del Espíritu Santo, porque nosotros solos no podemos. Jesús, ilumina nuestro camino porque a ti seguimos. Amén. Augusto G. Milián
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