Hay dos cosas que no quiero olvidar
Hay que encender una luz en la oscuridad
Buen martes para los que me escuchan desde lejos. Buen martes para los que escuchan desde cerca. Cada día es un regalo, pero a usted y a mí se nos olvida.
Hay dos cosas que no quiero olvidar. Primero, las instrucciones más importantes para vivir en este mundo las aprendí cuando era un niño y, en segundo lugar, nadie cambia a nadie. De la primera hablaré otro día; pero sobre la última comparto algunas impresiones esta mañana.
Todos, alguna vez pretendemos cambiar a alguien o algo. Sólo hay que hacer un pequeño ejercicio de memoria. Los padres a los hijos. Los hijos a los padres. La esposa al esposo. El novio a la novia. El pastor a las ovejas. Las ovejas al pastor. La alcaldesa. al pueblo. El pueblo al gobierno. Y esta labor se ha convertido en una meta de nuestra cultura. Y queremos que el cambio ocurra por la sencilla razón que la otra cara de la moneda sería la aceptación. Pero nosotros tenemos un problema con la aceptación. Nos cuesta. Nos duele. Y mucho.
Pero intentar cambiar a las personas que están cerca nos hace pagar un precio: estamos llenos de cicatrices. Es como si portáramos tatuajes que sólo nosotros podemos ver. Y palpar.
Cuando Jesús comparte las buenas noticias con los que le siguen o le salen al camino parte de un principio que vemos a todo lo largo de las Escrituras hebreas y griegas, todo encuentro con el Sr. Dios se mueve dentro de la relación que más, es más. Sólo cuando nos tropezamos con el Sr. Dios es que podemos dar lo mejor que hay en nosotros. Sólo cuando nos chocamos de frente con él el frío se torna cariñoso, el lejano cercano y el egoísta solidario. No antes.
No podemos cambiar a otros si yo no he cambiado. No puedo alumbrar a nadie si antes no permito que se encienda la luz interior. En realidad, no puedo dar caricias si antes no me he acariciado. Y es que no somos llamados a ser copias los unos de los otros, sino a imitar al Padre. Y si quieres empezar por imitarle en algo, pues ahí tenemos la misericordia. Seamos misericordiosos.
Lectura del evangelio de Lucas 6,41
¿Por qué miras la paja que tiene tu hermano en su ojo y no te fijas en el tronco que tú mismo tienes en el tuyo?
¿Quién me acompañara en una oración? ¿Quién?
Padre: Te doy gracias por la luz de este nuevo amanecer. Quiero estar atento a lo que está a mi alrededor en lugar de enfocarme en lo que me falta. Espíritu Santo, ayúdame en este día a llenar mi corazón de gratitud y a no intentar cambiar a las personas. Quiero tomar decisiones que repercutan en el futuro. Quiero vivir una fe adulta. Jesús, a ti te seguimos. Amén. Augusto G. Milián
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