Palabras rotas
Hay que encender una luz en la oscuridad
Buen martes para los que me escuchan desde lejos. Buen martes para los que escuchan desde cerca. Cada amanecer es un regalo, pero a ti y mí se nos olvida.
Las palabras que pronunciamos tú y yo son importantes. Los silencios también. Pero las primeras han perdido eficacia porque son muchas. Porque ya no dicen nada. Porque las utilizamos para esconder nuestros miedos y nuestras alegrías. Porque son palabras rotas. Como una taza sin asa.
Hay días que logro recordar algunas de las palabras de mis maestros y profesores laicos. De los pastores y de los amigos que dejaron sus huellas en mi corazón. Otros días no soy capaz de recordar nada. Ni una sola palabra. Es como si el viento se las hubiera llevado a un lugar remoto.
Los discípulos de Jesús deberíamos ser adiestrados en el arte de controlar la lengua. De pensar las palabras de vamos a pronunciar antes de proclamarlas a los cuatro vientos. Pero nos han enseñado mal. Muchas veces el énfasis está en discutir sobre el Sr. Dios, en debatir y salir vencedor sobre las Escrituras, en prolongar controversias teológicas que la mayoría de la gente no necesita para vivir ni para morir.
Si, nuestras palabras se han convertido en sustitutos temporales y finitos de las palabras de Jesús. Porque entre otras cosas, ya no reflejan las buenas noticias. De hecho, ya no son noticias. Nuestras palabras se tan tornado en simples sonidos humanos ahogados por los gritos de dolor y angustia que suben a los cielos y que el Sr. Dios puede escuchar.
Hubo un tiempo que el discipulado era sobre todas las cosas escuchar. Escuchar las Escrituras. Con sus puntos y sus comas. Con sus silencios. Porque era allí donde el Sr. Dios le hablaba a los hombres y a las mujeres.
Tú y yo necesitamos recuperar ese tiempo ahora que comienza el día.
Lectura del evangelio de Mateo 22, 34-38
Cuando los fariseos oyeron que Jesús había hecho callar a los saduceos, se reunieron en torno a él y uno de ellos, doctor en la ley, le preguntó con intención de tenderle una trampa: Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante de la ley?
Jesús le contestó: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu inteligencia. Este es el primer mandamiento y el más importante.
¿Quién me acompañara en una oración? ¿Quién?
Señor y Dios: Danos corazones que escuchen tu Palabra. Enséñanos a imitar al buen samaritano, quien no le da la espalda al sufrimiento. Espíritu Santo, ayúdanos a escuchar a los que son maltratados por su fe, a los que están en las afueras de nuestras iglesias. Jesús, limpia al que está hoy rodeado de barro, porque en ti confiamos. Amén. Augusto G. Milián
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