Una fábrica de azúcar
Hay que encender una luz en la oscuridad
Buen martes para los que me escuchan en la distancia. Buen martes para los que escuchan cerca. Cada amanecer es un regalo, pero a ti y mí se nos olvida.
Isadora me dice que un día dejó de ir a la iglesia porque no quería que le hicieran más daño. Pero ahora se lamenta de su soledad. Me dice que no tiene con quien conversar. Que no tiene amigos.
Reconozco que abrir nuestro corazón a los demás tiene sus bendiciones y tiene sus maldiciones. Pero con respecto al discipulado cristiano no se podrá emprender el camino de la fe sin ser conocidos por otros y ser abrazados por los demás como realmente somos. Sin apariencias. Nadie puede vivir una vida cristiana mimetizado con la cultura imperante. Nadie. Como si fuera una isla en medio de la mar. Entre otras cosas porque le faltaría la libertad y le sobraría el aislamiento.
Cuando somos heridos nuestra tendencia natural es aislarnos. Enmudecer. Buscarnos una actividad que sustituya a nuestra reunión dominical. Pero el hecho de irse lejos no es sinónimo de que el dolor desaparezca. No, el dolor nos acompaña donde vamos como si fuera un perro fiel. Cuando nuestro silencio no va seguido de una conversación entramos en una zona de corrientes peligrosas. Tan peligrosas como creernos que la soledad no necesita de la compañía.
Ya sé que es difícil mostrar nuestras cicatrices de guerra. No conozco a mucha gente que haga esto. Sería una imprudencia. Pero me reafirmo en la idea de que necesitamos amigos. Pero no de cualquier tipo, sino de esos que son como andamios, que se preocupen por nosotros, que nos cuiden cuando nosotros mismos no lo hacemos y que se atreven a decirnos lo que ven dentro de nosotros sin tantos paños tibios.
Y entonces le relato a Isadora como han sido los amigos los que me han levantado cuando estaba sobre la cuneta, como me han curado las heridas y como han estado a mi lado hasta que pude volver al camino.
En aquella isla, donde nací, decíamos que el que tiene amigos tiene una fábrica de azúcar. Y es que los amigos son nuestra riqueza.
Lectura del evangelio de Marcos 10, 29-30
Jesús le respondió: Os aseguro que no hay nadie que haya dejado casa, hermanos, hermanas, madre, padre, hijos o tierras por causa mía y de la buena noticia, y no reciba en este mundo cien veces más en casas, hermanos, madres, hijos y tierras, aunque todo ello sea con persecuciones, y en el mundo venidero la vida eterna.
¿Quién me acompañara en una oración? ¿Quién?
Padre, ahora que comienza la mañana, quiero pedirte por mis amigos. Tú los conoces personalmente: conoces sus nombres y sus apellidos, sus virtudes y sus defectos, sus alegrías y sus penas, sabes todas sus historias; y los aceptas como son y los vivificas con tu Espíritu. Jesús, a ti te esperamos. Amén. Augusto G. Milián
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