El Señor de Todos los Vientos






















Pensando en voz alta

Algunos de nosotros podemos dormir cuando la tempestad se avizora en el horizonte. Otros no  pueden. Algunos de nosotros podemos pedir ayuda cuando el agua amenaza con arrastrarnos. Otros no lo hacen. Algunos de nosotros compartimos nuestros miedos y los exponemos a nuestros amigos. Otros nunca lo harán.

Reconocer nuestros temores no es una muestra de conformidad como algunos tienen por costumbre, sino que se convierte en el primer paso para compartirlos con quien tiene la capacidad de recibirlos. Y es que llegan días donde no nos queda más remedio que sacarlos de donde los hemos tenido enterrados produciendo preocupaciones e infelicidad. Atesorar miedos no nos hecho mejores personas. Disfrazarlos de precaución tampoco.

Los discípulos somos asustadizos. Lo que no comprendemos nos causa miedo. Lo que no controlamos también. Esto es algo que aprendemos desde que somos niños. Y después de adultos lo seguimos practicando. Cuando el espanto nos toma por asalto corremos a donde está el Maestro. Porque albergamos la sospecha que El nos esconderá. Nos librará. Pero no es lo mismo tener sospechas que tener fe.

Jesús sabe que con miedos no podremos ir lejos. No podremos llegar a la otra orilla del lago. Los miedos nos aíslan. Nos hacen estar pendiente de nuestros propios ombligos. Por ello, Jesús pide fe. La fe nos saca del aislamiento. Nos proporciona una familia en la cual apoyarnos y a la cual sostener. La fe es la que nos conduce a tierra firme aun cuando las olas nos la impida ver. Es la fe la que nos hace enfrentar nuestros temores. Sacarlos a la luz. Es la fe la que nos hace ver que la mayoría de las veces no podemos nosotros mismos resolver nuestros problemas solos.

Para algunas personas Jesús es un desconocido. Para los discipulos es el Señor de Todos los Vientos.

Lectura de Mateo 8

23 Subió Jesús a una barca acompañado de sus discípulos, 24 cuando de pronto se levantó en el lago una tempestad tan violenta que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había quedado dormido. 25 Los discípulos se acercaron a él y lo despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos! ¡Estamos a punto de perecer!  26 Jesús les dijo: ¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil vuestra fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago y todo quedó en calma.27 Y los discípulos se preguntaban asombrados: ¿Quién es este, que hasta los vientos y el lago le obedecen?

Oración

Querido Dios.

Tú eres nuestra roca, pero se nos olvida. Tú eres nuestra ancla, pero no tenemos memoria de ello. Que hoy la fe sea mayor que el temor, que hoy la certeza  sea más grande que la duda.
En Jesús nosotros confiamos y esperamos. 
Amén ///

Augusto G. Milián

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico