Después de la tormenta llega la calma.

Hay que encender una luz en la oscuridad

Tú que me escuchas: ¡abre los ojos al nuevo día!

El miedo siempre nos ha acompañado. Es como uno de esos perros fieles que nos sigue a todos los lados. No importa la edad, el miedo siempre nos ha tomado de la mano. El miedo es sobre todas las cosas una reacción ante un peligro eminente. Al miedo llegamos por diferentes caminos. Hay miedos culturales. Hay miedos heredados. Y hay miedos aprendidos. Pero todos los miedos tienen algo en común: nos paralizan, nos ponen a la defensiva, y no nos dejan ver más allá de nuestros propios ombligos. Dentro de nosotros hay una especie de guerra civil entre el miedo y la fe. Y esta es una guerra cotidiana. Como el pan.

Los discípulos de Jesús no son ajenos al miedo. Los evangelios están interesados en trasmitirnos esta idea. Asi que tú y yo no debemos sentir vergüenza por experimentar el miedo. Pero, aquí y ahora, podemos mirar más allá de lo que aparenta describirnos el texto. Y centrarnos en los contrastes. Los discípulos tienen miedo mientras Jesús duerme como si nada estuviese pasando. Los discípulos miran el caos a su alrededor y Jesús confía en la acción del Sr. Dios.

Es en medio del miedo cuando generalmente abrimos los labios para pedir ayuda. Los primeros discípulos lo hicieron. Nosotros no lo hemos dejado de hacer. Pedir la ayuda del Sr. Dios es una de las plegarias más conocidas. Una de las primeras oraciones que aprendimos. Pero nuestros miedos ya no son a la oscuridad o los monstruos que habitan debajo de nuestras camas. No, ahora tememos a la realidad, a la soledad, al desamor.

No hay que tener remilgos a la hora de confesar que sentimos miedo. Si ya sé que esta es una idea políticamente incorrecta. Pero ser sal y ser luz es ser contracultural. Ser diferente. Lo que nos debería avergonzar, y mucho, como discípulos de Jesús es hacer del miedo una trinchera, una bandera, un estilo de vida. Una confesión de fe. Y son las iglesias con miedo las que se encierran en si misma, las que señalan al mal que está fuera y nunca dentro. Las que se arman hasta los dientes con tradiciones y reglamentos porque en el mundo exterior hay tormentas.

Jesús sabe que lo opuesto a la fe no es la duda sino el miedo. Por eso donde está Jesús el temor es echado fuera. Y se calman las marejadas y el viento se torna en un silbo apacible. Jesús todo lo espera. Jesús todo lo cree. Jesús todo lo soporta. Nosotros sabemos que  después de la tormenta siempre llega la calma.

Tú y yo hemos sido llamados a la fe. No al miedo. Así que abre los ojos porque ha salido el sol entre los pinares de Venecia.

Lectura del evangelio de Mateo 8, 23-26

Subió Jesús a una barca acompañado de sus discípulos, cuando de pronto se levantó en el lago una tempestad tan violenta que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había quedado dormido. Los discípulos se acercaron a él y lo despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos! ¡Estamos a punto de perecer! Jesús les dijo: ¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil vuestra fe…

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Señor y Dios:  En este día se la luz de mi mente y la paz de mi corazón cuando lleguen las horas malas porque en Ti he puesto mi esperanza. Espíritu Santo, cambia mi corazón y sánalo de los miedos que he aprendido con los años. Quiero tener paz para afrontar las tempestades de la vida. Jesús, tú has prometido estar conmigo todos los días y en todos los lugares. En ti yo espero. En ti he confiado. Amén.

Augusto G. Milián

 

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