Pocas cosas cura el silencio


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay que encender una luz en la oscuridad

Buen martes para los que están cerca. Buen martes para los que están lejos:

No me equivoco si digo que es importante estar acompañado en medio de la debilidad. Y es que no siempre podremos mantenernos fuertes y erguidos. Y es que no todos los días la soledad es deseada. Asi que cuando llegan las horas de fragilidad no bastará con la aceptación sino que nos tendremos que dar permiso para hablar de ella y sacarla a la luz. Donde le pueda dar el sol. Como si fuera una sábana recién lavada.

Las costumbres familiares y las tradiciones eclesiales nos han musitado al oído, por mucho tiempo,  que la pena ha de permanecer oculta, y no sólo para los foranos sino para los que decimos apreciar. Pero esto es contraproducente. Los cristianos, cuando nos sentimos desamparados, deberíamos darnos permiso para acercarnos a quien confiamos y decirle sin pelos en la lengua: ¿Puedes acompañarme?

La realidad nuestra es que la mayoría de las veces no lo hacemos. Y es que en el fondo somos devotos de esa ley no escrita que dice que el silencio lo cura todo. Pero no es verdad. Pocas cosas cura el silencio.

Los evangelios nos narran que cuando Jesús sale al camino habla con mucha gente. Les hace preguntas. Les escucha. Les acompaña. A unas les pide agua y a otros les dice que comerá con ellos. Jesús sabe que la mayoría de los milagros se dan en medio de una conversación. Jesús sabe que la mayoría de nuestras dolencias, las del cuerpo y las del alma, no tienen su origen en una sola problemática, sino en nuestro impulso cotidiano de mantenernos aislados. Como si fuéramos una isla. Y en silencio.

Por experiencia sé que no es fácil salir de nuestro aislamiento. Y que en muchas ocasiones queremos resolver nosotros mismos nuestros dolores porque hemos sido secuestrados por el individualismo. Y así pasan los días, los meses, los años, sin hablar con el Sr. Dios, sin dejarnos acompañar por nuestros hermanos en la fe. Pero no encontraremos en las Escrituras tal recomendación.

La otra realidad, la del Reino de Dios, es que hemos sido encomendados, tú y yo, a ser sostenidos por otros y a sostener a quién nos pide ayuda. Este es el mandamiento real de la comunidad. Porque una espiritualidad sin compañía está muerta. Como una fe sin obras.

Si, ya sé que es bueno estar acompañados cuando andamos por el valle oscuro. Pero también sé de lo bueno que es estar acompañados en medio de la alegría. De tales personas se dice que son bienaventurados.

Lectura del Salmo 146,  5-8

Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en el Señor su Dios, él cual hizo los cielos y la tierra, el mar, y todo lo que en ellos hay; que guarda verdad para siempre, que hace justicia a los agraviados, que da pan a los hambrientos. El Señor liberta a los cautivos; el Señor abre los ojos a los ciegos; el Señor levanta a los caídos; el Señor ama a los justos.

¿Quién escuchará hoy mi oración?¿Quién?

Señor y Dios: Ahora que comienza el día te lo quiero decir, mi vida ha estado llena de desafíos que me han causado dolores y en otros momentos que me han hecho sonreír. Pero sé que cada experiencia que he ido viviendo me ha hecho crecer. Espíritu Santo, enséñame a pedir ayuda y a ser compañía para otro. Es Jesús quien nos ha dado la fuerza para poder levantarnos de cada caída. Sólo Jesús. Amén.

Augusto G. Milián


 

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico