Cuando la tempestad se anuncia
Hay que encender una luz en la oscuridad.
Buen martes para los que me pueden escuchar desde lejos. Buen martes para los que están cerca. Cada día es un regalo, pero usted y yo lo hemos olvidado.
Algunos de nosotros podemos dormir cuando la tempestad se anuncia en el horizonte. Otros no. Algunos de nosotros podemos pedir ayuda cuando el agua nos llega al cuello y amenaza con arrastrarnos. Otros no lo hacen. Algunos de nosotros compartimos nuestros miedos y los exponemos a nuestros amigos. Como se expone una sábana blanca al sol. Otros nunca lo harán.
Reconocer nuestros temores y nuestra fragilidad se ha convertido en un extraño hábito. Entre otras cosas, porque nuestra cultura se erige sobre lo aparente. Sobre lo que si se ve. Pero hemos de ser sinceros con nosotros mismos: atesorar miedos no nos hecho mejores creyentes. Disfrazarlos de precaución tampoco.
Muchos discípulos somos asustadizos. Lo que no comprendemos nos causa temor. Lo que no podemos controlar también. Y esto es algo que aprendemos desde que asistimos al jardín de infantes. Pero después que somos adultos lo seguimos practicando. Cuando a los discípulos el espanto nos toma por asalto corremos a donde está el Maestro. Porque albergamos la sospecha que Él nos esconderá. Él nos librará. Pero ahora sabemos que no es lo mismo tener sospechas que tener fe.
Con miedos no podremos ir lejos. De hecho, los miedos nos invitan que nos quedemos entre cuatro paredes. Con temores no podremos llegar a la otra orilla del lago. Si, los miedos nos aíslan. Incluso nos hacen sentirnos solos aun cuando estamos rodeados de otras personas. El miedo nos hace estar más pendiente de nuestros propios ombligos que de cualquier otra cosa.
Por ello, Jesús pide fe y no sospechas. Es la fe la que nos saca del aislamiento. La que nos proporciona una familia en la cual apoyarnos y a la cual sostener. La fe es la que nos conduce a tierra firme aun cuando las olas nos la impidan ver dónde está la orilla. Es la fe la que saca a la luz nuestros miedos. Es la fe la que nos dice que no estamos solos.
Para algunas personas Jesús es un desconocido. Para nosotros, los discípulos, es el Señor de los Vientos.
Lectura del evangelio de Mateo 8, 23-27
Subió Jesús a una barca acompañado de sus discípulos, cuando de pronto se levantó en el lago una tempestad tan violenta que las olas cubrían la barca. Pero Jesús se había quedado dormido. Los discípulos se acercaron a él y lo despertaron, diciendo: ¡Señor, sálvanos! ¡Estamos a punto de perecer! Jesús les dijo: ¿A qué viene ese miedo? ¿Por qué es tan débil vuestra fe? Entonces se levantó, increpó a los vientos y al lago y todo quedó en calma. Y los discípulos se preguntaban asombrados: ¿Quién es este, que hasta los vientos y el lago le obedecen?
¿Quién escuchará nuestra oración? ¿Quién?
Querido
Dios. Tú eres nuestra roca, pero lo olvidamos con frecuencia. Tú eres nuestra
ancla, pero no tenemos memoria de ello. Espíritu Santo que en este día que
comienza la fe sea mayor que el temor, que hoy la certeza sea más grande que la
duda. Nosotros, en Jesús confiamos y esperamos. Amén /// Augusto G. Milián.
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