Escuchar con los dos oídos

    

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Los hombres y las mujeres de mi ciudad están abarrotados de inquietudes. Los discípulos también las albergan. Para los discípulos la búsqueda de respuestas puede convertirse en una labor agotadora. Repetitiva. Improductiva. Irán de aquí para allá y de allá para acá buscando lo que siempre han tenido delante de sus ojos, pero que no son capaces de ver. Pero los discípulos, como los hombres y las mujeres de mi ciudad, insistirán una y otra vez.  Y cuando no encuentran una respuesta que les agrade harán uso de la imaginación, de los recuerdos, de lo que si conocen para llenar el hueco que las dudas han dejado en ellos. ¡Cómo si los huecos del alma se pudieran llenar con las cosas de este mundo!

Los discípulos atesoramos algunas dudas sobre Jesús y por eso estamos a la búsqueda y captura de una respuesta racional que nos  tranquilice el intelecto. Que nos aquiete el alma. Y se nos olvida que  en los encuentros con Jesús lo primero que se nos demanda es escuchar con el corazón y no tanto con la cabeza. Con el corazón. De ahí que el primer síntoma manifiesto de la incredulidad sea la esclerosis en el corazón.

Los discípulos buscan evidencias. Más evidencias. Pero Jesús les invita a abrir los ojos y ver lo que ocurre por los caminos que ellos transitan. Los discípulos demandan pruebas. Certezas. Y Jesús les invita a abrir los oídos, los dos oídos, para que puedan escuchar el clamor del mundo y las Palabras del Sr. Dios. A escuchar con los dos oídos.

Jesús sabe que los discípulos claman mucho y buscan más. Pero también sabe que no son conscientes de lo que tienen entre sus manos. Que su memoria es corta. Jesús sabe que los discípulos dedican mucho tiempo a maldecir la oscuridad, pero que no son capaces de mover un dedo para encender una luz y ponerla en la ventana cuando están paralizados por los miedos. Jesús sabe que no hay peor sordo que el que no quiere escuchar. Que no hay peor ceguera que la del que no quiere ver lo que tiene delante.

En ocasiones los hombres y las mujeres de mi ciudad tienen que perder las cosas para darse cuenta cuanto las apreciaban. A los discípulos nos suelen pasar algo parecido.      

Lectura del evangelio de Juan 10: 22-30

 Se celebraba aquellos días la fiesta que conmemoraba la dedicación del Templo. Era invierno y Jesús estaba paseando por el pórtico de Salomón, dentro del recinto del Templo. Se le acercaron entonces los judíos, se pusieron a su alrededor y le dijeron: ¿Hasta cuándo vas a tenernos en vilo? Si eres el Mesías, dínoslo claramente de una vez. Jesús les respondió: Os lo he dicho y no me habéis creído. Mis credenciales son las obras que yo hago por la autoridad recibida de mi Padre. Vosotros, sin embargo, no me creéis, porque no sois ovejas de mi rebaño. Mis ovejas reconocen mi voz, yo las conozco y ellas me siguen. Yo les doy vida eterna, jamás perecerán y nadie podrá arrebatármelas; como no pueden arrebatárselas a mi Padre que, con su soberano poder, me las ha confiado. El Padre y yo somos uno.

Oración

Señor de la luz, nosotros pretendemos ser verdaderos discípulos; pero nos entretenemos con mucha facilidad. Hágase tu luz en nuestro interior. Queremos en este día que comienza  oír tus palabras. Queremos tener  paz. Queremos disfrutar de tu gracia. Queremos tener calma.  Queremos estar quietos. Espíritu de Dios, condúcenos hacia la experiencia de una relación más cercana contigo. Ayúdanos a no estar buscando fuera lo que ya tenemos dentro. Si, lo que ya tenemos dentro. Amén. 

Augusto G. Milián

 

 

 

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