Hablando con la morera


Querida iglesia:

¿Alguno de ustedes ha tenido la idea de probar la seguridad y la estabilidad de su banco antes de sentarsehoy? ¿O ha podido hablar con algún antiguo miembro de la iglesia de cómo se hicieron nuestros bancos? ¿Alguno de ustedes antes del inicio de la celebración dominical alguna vez  revisó con mucho cuidado el banco donde se iba a sentar? ¿Puede este banco romperse si nos sentamos cuatro o cinco personas en él?  Ciertamente no. Cada uno de nosotros va a la iglesia y se sienta en su asiento sin verificar si el banco aguanta hasta el final del servicio.

Ahora me pregunto: ¿Por qué no hacemos esta revisión? Hay posibles respuestas, por un lado, confiamos en estos asientos hechos por el hombre de forma natural y sin ninguna duda. De hecho confiamos más en estos bancos que en otras cosas, como por ejemplo en las instituciones. En otras palabras, confiamos en el banco mucho más que en Dios.

Antes de seguir con la reflexión, debo disipar un posible malentendido: cuando hablo de la falta de confianza, me incluyo a mí.

Confiamos en ese banco de madera más que en Dios. Estos bancos fueron construidos en 1972. Tienen 47 años. Son de madera y metal. De alguna manera confiamos en ellos. Pero, ¿puedo hundirme con la misma confianza en los brazos de Dios para sentirme seguro, confiado, cómodo?? ¿Confío en mí mismo, en mi persona, en mi presente, en mi futuro tan naturalmente como en Dios, al sentarme en uno de estos bancos? En esta mañana la palabra confianza también significa fe. La confianza y la fe son sinónimos para nosotros hoy. Al menos eso es lo que significa para los oyentes de la lectura del evangelio en este domingo. Entonces, cuando yo digo: ¡Creo en Dios!,  también estoy diciendo ¡Confío en Dios!?

Quizás la  pregunta que debemos hacernos ahora es, ¿puedo yo realmente decir eso? ¿Puedo decir  realmente que tengo tanta fe como para hablar con una morera? No sé lo que Uds. responderán, pero sin fe no podremos vivir aquí.

Jesús dice de alguna manera que no espera grandes cantidades de nuestra fe. Así que no te exijas mucho. El pide una fe pequeña. Una fe tan pequeña como una semilla de mostaza. Una fe así es suficiente. Una fe que mida entre 1 a 2 mm.

Sólo un poco de fe se nos pide. Y, sin embargo, una fe tan pequeña es suficiente para pasar por esta vida entre las flores y las serpientes. Entre las alegrías y las penas. Entre la vida y la muerte. Entre la cuna y el ataúd. Jesús dice en el texto de Lucas: si tuvieras una fe tan grande como una semilla de mostaza, entonces podrías decirle a esta morera: ¡Sal y ponte en el mar! y él te obedecería.
  
Nosotros lo interpretamos como que un poco de fe puede hacer que suceda lo imposible. Lo raro. Lo no común. Si sólo tienes un poco de fe podrás enfrentar los vientos y los torrentes. Los inviernos y los veranos. Podrás enfrentar todos los cierzos que lleguen a tu vida.

Los discípulos en el tiempo de Jesús corrían el riesgo de perder la fe en Dios por las circunstancias personales o por las situaciones que vivían. Así que las palabras de Jesús son una advertencia contra ese miedo a fallar, a equivocarse, a no dar la talla, a no ser capaces de perdonarse unos a otros una y otra vez. Frente al miedo colocamos la certeza. Y la certeza es como un árbol que soporta vientos y tormentas porque sus raíces están escondidas profundamente en la tierra.

Jesús les grita a los discípulos: si tuvieran una fe tan grande como una semilla de mostaza, entonces podrían decirle a este árbol de moras, sal y ponte en el mar, y él te obedecería.

Querida iglesia:

lo se necesita una fe relativamente pequeña, minúscula, sólo un poco de confianza en Dios para luchar contra los molinos que nos asustan como si fueran gigantes.

Quien haya recibido el don de la fe, quien pase por la vida con la confianza necesaria en Dios será una persona dichosa y no importa mucho si su fe era del tamaño de una semilla de mostaza o del tamaño de un árbol.

Amén.

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