La soledad de la enfermedad


Marcos 5: 1-13
En el pasaje anterior, Jesús mostró su poder salvando a sus discípulos de las fuerzas físicas de la naturaleza, pero estas fuerzas físicas no son los únicos poderes del universo potencialmente hostil e incontrolable para los hombres y mujeres. También hay poderes espirituales que buscan su destrucción.
Así que, el relato de hoy nos va a llevar de la descripción del mar embravecido a un hombre indomable que estaba poseído por demonios. Un hombre solo. Y lo que nos quiere mostrar el autor es que Jesucristo tiene pleno dominio sobre ambos mundos: el físico y el espiritual.
Marcos, el evangelista nos dice que la región a la que llegaron era la de los gadarenos. Gadara era una de las ciudades que formaban Decápolis. En los tiempos de Jesús, aunque había judíos esparcidos por toda la región, en general se puede decir que era un territorio gentil. Sus ciudades eran esencialmente griegas: tenían sus dioses griegos, sus templos griegos y sus anfiteatros griegos. Eran poblaciones que estaban consagradas a la manera griega de vivir. La presencia del hato de cerdos que escuchamos en el pasaje, siendo éste un animal prohibido para los judíos, nos recuerda que la influencia de la cultura no judía era muy fuerte en esta zona.
En el Nuevo Testamento vemos frecuentes casos de personas poseídas por demonios, y no debemos de confundirlos con casos de locura o epilepsia. Un endemoniado es un ejemplo extremo de lo que las fuerzas malignas pueden hacer. En contraste con las fuerzas malignas, el Espíritu Santo libera a los hombres del pecado, desarrolla su personalidad y dignidad e incrementa su dominio propio.

Se nos dice que nadie podía atarle, ni aun con cadenas. El cuadro que Marcos nos describe es aterrador: un hombre completamente descontrolado, como un animal salvaje e indómito. Nadie tenía fuerzas para dominarle, y a pesar de que habían intentado atarle, seguía siendo una amenaza para la seguridad de la gente en la comarca. Mateo nos dice que la gente eludía aquellos lugares nadie podía pasar por aquel camino.

Se nos narra que andaba dando voces en los montes y en los sepulcros. Esto nos muestra la profunda angustia, el dolor y tormento interior que aquel hombre sentía mientras deambulaba por las montañas y las tumbas excavadas en los costados de los acantilados. Pero también nos recuerda su estado: vivía entre los muertos.

Pero escuchemos la doble petición que le hace a Jesús: Te conjuro por Dios que no me atormentes. ¡Déjame en paz! Cuando Jesús sale a su encuentro las cosas cambiaron inmediatamente. Los hombres de la región tenían miedo del endemoniado, pero éste tenía temor ante Jesús. Lo que no podemos explicar nos da miedo, lo rechazamos, nos resulta invencible, pero Jesús sabe que con miedo no se resuelve ningún conflicto.  

¿Cómo te llamas?  Es la pregunta de Jesús. Legión me llamo; porque somos muchos. Fue su respuesta.

Nos puede sorprender que en este momento Jesús le preguntó por su nombre. ¿Qué importancia tiene saber el nombre de este individuo? ¿Por qué razón le preguntó Jesús su nombre? Su respuesta nos da alguna clave. No responde con el nombre que sus padres le habían puesto en el momento de su nacimiento, sino uno que describía su estado espiritual actual: Legión. Tal vez,  quería poner en evidencia ante sus discípulos que no se enfrentaba ante un sólo demonio, sino a muchísimos. Pero mucho más probablemente sirvió para que el hombre mostrara el estado en el que se encontraba: había renunciado a luchar por ser él mismo, por controlar su propia vida. Se había rendido. De la misma manera que el Imperio Romano había conseguido conquistar Israel por medio de sus legiones, este miserable hombre se encontraba totalmente ocupado y dominado por las fuerzas del Mal que lo mantenían en una situación de opresión y esclavitud.

Lo que ocurre después me gustaría que lo leyeran en sus casas.

Ahora les quiero hablar del nuevo hombre  que está entre Jesús y sus discípulos: está sentado, está vestido, está en su juicio cabal. Una vez que los demonios salieron del hombre, el cambio fue radical. Nadie había soñado con conseguir algo parecido de este hombre. Nadie antes había conseguido que este hombre estuviera en paz consigo mismo y con sus semejantes.

Jesús lo había liberado de los espíritus inmundos y había restaurado su libertad y dignidad. Libertad y dignidad, son palabras mayores. Son palabras que queremos para nosotros. Ya no era el loco que andaba desnudo gritando noche y día por el cementerio del pueblo e hiriéndose con las piedras. Era una persona restaurada.

Ahora estamos en condiciones de escuchar la tercera petición que le hace a Jesús. Quiero seguirte. La respuesta no se hace esperar: Vete a tu casa con tu familia.

Cuando comenzamos esta historia nos encontramos al endemoniado viviendo solo, así que, con esta orden, lo que Cristo deseaba era restaurar a este hombre social y familiarmente. El hogar debe ser el primer lugar donde el creyente debe dar evidencias de su nueva vida. Allí está su campo misionero.
La verdadera actividad misionera comienza en la casa, con la familia. No es coherente hacer grandes esfuerzos a favor de la evangelización de otras partes del mundo mientras que desatendemos la esperanza cristiana de nuestros propios familiares.
Pero hay más. Jesús le dio una misión: cuéntales lo que Dios ha hecho contigo, y cómo ha tenido misericordia de ti. Su misión consistía en testificar de la misericordia de Dios había hecho con él, precisamente en la región donde no habían querido admitir la obra personal de Jesús. Esto lo sabremos cuando hagamos la lectura completa del pasaje.
A pesar del rechazo de los gadarenos, el Señor en su misericordia, les dejó el testimonio del hombre sanado. No hay peor ciego, que el que no quiere ver.

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