¡Poseído y liberado!


Lucas 8: 34-39

El hombre que vivía en cuevas porque su estado mental no le permitía un lugar en la sociedad saltó de alegría cuando fue liberado de su carga. ¿Quién es este hombre que ahora está a los pies de Jesús como un discípulo? Tenemos que preguntar. ¿Lo conocemos? ¿Es el mismo hombre que antes nos daba miedo? Hoy descubriremos lo importante de ser restaurado y no solo curado

Para entender a este hombre y entendernos a nosotros mismos, necesitamos explorar su problema, así como el nuestro. En realidad, si tomamos en cuenta toda la historia, el problema del hombre no era que estaba loco o que vivía en una cueva. Su verdadero problema era que fue excluido de la sociedad, abandonado por su familia y abandonado para hacer frente a la soledad. No estaba en una prisión, en un sentido real, pero en un sentido figurado lo estaba.

La manera en que Jesús trata con el loco de Gerasa no debe verse tanto como un reajuste psicológico sino como una restauración de un alma perdida privada de derechos en un contexto de relaciones humanas. Sin esa idea, todo el que lea el pasaje puede llegar a creer como la mayoría de los humanistas que Jesús simplemente era un tipo compasivo. El cristianismo dice que los ciegos ven, los cojos caminan y a los pobres se les predican buenas noticias. Y esto no está mal. Pero hay más en esta historia, y en la nuestra, que tales observaciones superficiales.

¿Quiénes eran estas personas a las que Jesús sana? ¿Eran  los líderes de sus comunidades? ¿Eran los que más sabían de las Escrituras? ¿Eran los que asistían cada sábado a la sinagoga? No, en su mayor parte, eran hombres y mujeres al margen de la sociedad. Eran personas  que tenían problemas físicos y psicológicos. Eran leprosos, ciegos, sordos, mujeres con hemorragias, hombres con problemas mentales. Sin embargo, esos no eran los problemas reales. Como resultado de tales enfermedades, habían sido relegadas a las afueras de la comunidad. No solo fueron marginados porque otros tenían miedos a que pudieran contraer enfermedades para las cuales no había cura, sino que la élite espiritual los excluyó de la comunidad del pueblo de Dios porque eran diferente, intocables. Los fundamentalistas esenios, por ejemplo, dijeron que ninguna persona coja, deformada o de mala reputación podía entrar en la comunidad del pueblo de Dios. Hoy el mensaje de muchas comunidades cristianas no es muy diferente al de los esenios.

Jesús rechazó esta noción. Por eso perdona mucho. Una comunidad cristiana como la nuestra no es solo para los piadosos sino para todos aquellos que han experimentado la misericordia de Dios.

Seguramente hay maneras en que conocemos la soledad, la confusión y el rechazo del hombre que vivía en cuevas y en el cementerio. No importa cuán exitosos podamos ser en algunas áreas, hay otras áreas en las que nos sentimos innecesarios, desatendidos y no deseados. Incluso aquellos que se consideran la alegría de la fiesta o la que todos admiran a veces se van a sus casas como si fueran a una cueva amarga y solitaria en las que su lugar en la vida y el trabajo es incierto.

¿Por qué tantos soldados que regresan de las guerras se suicidan? ¿Por qué los profesionales de la salud mental atienden a más pacientes durante las vacaciones que en cualquier otra época del año? ¿Por qué las parejas que parecen ideales para los demás a veces se sienten solas en sus propias habitaciones? Una razón tiene que ver con la aceptación y afirmación de quienes nos rodean y de quienes están más cerca de nosotros. Todos podríamos entender lo que sintió el demoníaco de Gadara, como lo llamaban los textos más antiguos. Y lo que es más importante, también podemos saber por qué Jesús no solo quiso encontrar una cura para este hombre, sino que lo restaurar.

Permítanme usar el ejemplo de la iglesia como un comienzo. Muchos se han preguntado por qué la asistencia a la iglesia, especialmente en los grandes centros urbanos de todo el mundo, ha disminuido. ¿Es el mensaje de la iglesia irrelevante, anticuado y desenfocado? Hasta cierto punto, tales sugerencias pueden ser ciertas, y muchas son las congregaciones que han intentado refrescar y rejuvenecer la imagen de la iglesia con música contemporánea, arquitectura, así como también programas sociales y educativos relevantes. Sin embargo, en mi opinión el problema no radica tanto en la propia institución como en las personas. Somos más autónomos, más independentistas, más individualistas, estamos más aislados, más separados los unos de los otros que hace cincuenta años atrás. Lo que hoy ofrece la iglesia ya no se considera importante para tales personas, que aparte de su vida laboral y sus problemas familiares, ya no ven la necesidad de pertenecer a una comunidad, de ser abrazados, de ser perdonados.

Al hombre que andaba desnudo, y ahora está vestido, Jesús le exige retornar a su casa, a su familia, a su comunidad. Y es por eso que hoy tenemos que  preguntarnos si un gimnasio, un estadio de futbol, un bar, un grupo de whatsapp, una ong o el sofá de casa los domingos en la mañana pueden hacer lo que hace la iglesia alrededor de una mesa con pan y vino.



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