Un espacio de solidaridad
















Mateo 15; 21-28
Hoy quiero compartir un mensaje de esperanza con la iglesia. Un mensaje que tiene que ver con este tiempo de Adviento que estamos viviendo al menos los domingos entre nosotros, aunque afuera de estas cuatro paredes afuera los comerciantes nos digan que ya es la Navidad.
Quiero partir de una sentencia universal: siempre queremos lo mejor para las personas que amamos. Siempre estamos dispuestos a  mover cielo y tierra para encontrar lo que cure a quienes ocupan nuestro corazón. La lectura de Mateo en esta mañana trata de eso.
Una mujer busca ayuda para su hija. Su hija está endemoniada. En la Palestina del s.I, donde ocurre nuestra historia, era común considerar ciertas enfermedades como el resultado de una posesión demoniaca. ¿Recuerdan al hombre que vivia desnudo en el cementerio? Hoy las tratamos como enfermedades psicosomáticas que tienen una dimensión individual y una repercusión colectiva.
En la cultura popular de Israel y del Medio Oriente los demonios o los malos espíritus eran vistos como los causantes de las enfermedades mentales o del espíritu. La hija de nuestra mujer está condenada a vivir sola, aislada, no podrá enamorarse, no podrá casarse, no podrá ser feliz. Estaba enferma. Con una enfermedad que no se ve a simple vista, pero que acaba manifestandóse en todo el cuerpo.
No sabemos el nombre de esta mujer. Como tampoco sabíamos el nombre de la mujer que sufría flujos de sangre. Sabemos que no pertenece a Israel. Pero que se atreve a romper los espacios étnicos y habla con Jesús. Pero hay algo que nos asombra, que nos molesta cuando leemos este texto: Jesús no le responde ni una sola palabra. Jesús guarda silencio. ¿Pueden ustedes entender la situación? Pedimos algo y la otra persona no nos responde nada.
Pero ahi están los discípulos para reaccionar. Los discípulos no son solos los que están dispuestos a aprender, los discípulos también son los que están reaccionando constantemente a los estímulos. A los discípulos no les gusta lo que hace la mujer. Por eso le piden a Jesús que haga algo. Entonces Jesús responde. Y abre el diálogo. Jesús ha venido para consolar al pueblo de Israel. Y ella no forma parte de ese pueblo. Pero la mujer no se da por vencida. Y hace algo físico: se arrodilla. Una posición de adoración. Y vuelve a pedir ayuda. Ante esto Jesús utiliza el lenguaje de las parábolas, toma una imagen de la vida diaria. Cuando hay pobreza se priorizan a los niños. Todos los alimentos son para ellos. Ellos son el futuro por tanto para ellos es el pan.
Nosotros podemos pensar que aqui se esta discutiendo sobre quien merece comer pan y quien no, pero no nos debemos dejar llevar por las apariencias. Aqui lo que se trata es lo importante de estar sano. De la vida de una hija. De crear un espacio de solidaridad fuera de los marcos de la tradición.
Al final Jesús hace teología. Jesús se ha convertido. Supera su propia tradición. Jesús reconoce la iniciativa, la fidelidad y la perseverancia de la mujer. Es la primera vez que dice: que grande es tu fe. Nunca más repetirá estas palabras. Esta mujer extrangera es el paradigma de una fe argumentada y perseverante. Ahora me pregunto. ¿Es mi fe así?
Vivimos tiempos extraños. Nos preocupa mucho la opinión de los demás, nos gusta hacer las cosas como nosotros entendemos sin escuchar otras opiniones, buscamos zonas de seguridad constantemente y sin embargo cuando estamos llenos de dudas o deprimidos buscamos la soledad y nos hundimos en la desesperanza. Pero la historia de esta mujer en central para nuestra fe y para nuestra iglesia.
La fe de esta desconocida habla de nuestra misión como cristianos y de como podemos vivir la vida de lunes a sábado. Las personas necesitan ser escuchadas y tratadas con dignidad. Hay que usar la solidaridad con los hombres y las mujeres y no atrincherarnos en lo que hemos creido toda la vida. Hay ideas del pasado que ya no nos sirven. Que no nos hacen felices.
Necesitamos este tipo de fe para vivir aqui y ahora. Necesitamos que alguien comparta lo poco que tenga con nosotros, porque hay días que no tenemos nada. Nada. Nadie ha de ser menospreciado. Nadie.
Los que estamos sanos debemos buscar la sanidad de los que están enfermos. Hay que hablar, hay que denunciar lo injusto, hay que decir: no estoy de acuerdo, hay que hacer cosas nuevas. Podemos cambiar nuestra manera de pensar. Jesús lo hizo. ¿Por qué nosotros no?

Amén ///

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