Abrir la puerta para que la libertad reine


Pensando en voz alta

El mal existe. A veces tropezamos con él mientras caminamos y entonces nos produce heridas. Otras, pasa a nuestro lado sin rozarnos, pero será otro el que sufra sus laceraciones. Por un tiempo podremos evitarlo. Pero más temprano que tarde llegará el día que habrá que enfrentarlo y llamarlo por su nombre.

Los discípulos conocen los hechos del mal. Ellos forman parte de sus vidas cotidianas. Algunos hemos aprendido a vivir con la maldad como si fuera un animal de compañía. Otros no. Otros levantamos las manos al cielo pidiendo auxilio. Pero la maldad no es una buena compañía para los que salen a los caminos a dar buenas noticias.  Ellos han de mantenerse alejados de ella con todas sus fuerzas y todo su empeño. Los discípulos lo saben. Saben de las perdidas que nos producen lágrimas, saben de las enfermedades esclavizantes, saben de las injusticias que marcan el cuerpo y el alma como si fueran un hierro candente. Los discípulos acompañan a Jesús y ven como se enfrenta al mal. Los discípulos hemos de aprender que el poder sobre el mal no viene de la insistencia ni de las capacidades humana, sino del Espíritu de Dios.

La gente admira a Jesús. ¿Por qué? Primero por lo que enseña. Sobre todo por la manera que tiene de mostrar sus enseñanzas. No se parece a nadie. Pretende que la gente piense. Jesús habla de cómo es el mundo y cómo es el Sr. Dios. Y esto es nuevo. Después, Jesús no se cruza de brazos. Jesús hace. ¿Y que hace Jesús? Lo que ha visto hacer a su Padre. Combatir el mal. Devolver la humanidad perdida. Hacer que los hombres y las mujeres encuentren el camino a casa en medio de la oscuridad. Abrir la puerta para que la libertad reine.

Y esto sigue ocurriendo aquí y ahora.

Lectura 

Lucas 4: 31-37

Desde allí se dirigió a Cafarnaún, ciudad de Galilea, y pasaba los sábados enseñando. Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque les hablaba con autoridad. Estaba allí, en la sinagoga, un hombre poseído por un demonio impuro que gritaba a grandes voces: ¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios! Jesús lo increpó, diciéndole: ¡Cállate y sal de él! Y el demonio, tirándolo al suelo delante de todos, salió de él sin hacerle ningún daño. Todos quedaron asombrados y se decían unos a otros ¡Qué poderosa es la palabra de este hombre! ¡Con qué autoridad da órdenes a los espíritus impuros y estos salen!  Y la fama de Jesús se extendía por toda la comarca.

Oración

Nuestro Señor y nuestro Salvador:

De ti hemos aprendido a ser compasivos, de ti y de nadie más, a ti te imitamos cuando nos mostramos tardos para la ira y ofreciéndonos en amor, a ti y a nadie más nos queremos parecer. Muéstranos la manera de luchar contra el mal, no con nuestras fuerzas, sino con las de tu Santo Espíritu. En ti está depositada nuestra esperanza, sólo en ti. En Jesús nosotros creemos. Amén

 

Augusto G. Milián

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