El reencuentro de José con sus hermanos

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Sobre Génesis 45:1–15

 

No conocemos el futuro, aún cuando muchas veces, en el día a día, hablamos con mucha certeza de cosas que pasarán: seguro que pasará esto o aquello. E incluso, cuando pasan determinadas cosas, hablamos como si lo hubiésemos visto anticipadamente, como un vidente: si yo lo sabía, estaba seguro que iba a pasar. Claro, si hablamos en retrospectiva (ex–eventu), siempre nos podemos convencer de que lo habíamos previsto, como lo hace un psíquico que mira el futuro.

Pero lo cierto es que se trata de formas subjetivas de verlo, de maneras de convencernos de que algo podemos conocer del futuroy anticiparnos, porque nos mueven los miedos y las esperanzas cuando se trata del porvenir. Pues sabemos que hay cosas que podemos controlar, que están en nuestras manos, pero sabemos por experiencia que hay muchas cosas del futuro en las que no podremos influir, pues estarán fuera de nuestro control.

En la mitología griega, Tiresias era un adivino ciego. En su juventud fue cegado por haber visto desnuda a la Diosa Palas Atenea. Pero los Dioses le retribuyeron con el don de la videncia: podía ver el futuro.

Aunque no queda claro si lo que Tiresias veía era ya el futuro final (el destino final) o veía las posibilidades futuras que se expresaban en sus oráculos, como cuando fue consultado por Odiseo y Tiresias le profetizó que él y sus hombres volverían a casa sanos y salvos siempre y cuando se abstuvieran de dañar a los rebaños del Dios Helios en la isla de Trimacia. Y sabemos que, a pesar de saberlo, las circunstancias se dieron de tal manera que los hombres de Odiseo mataron del ganado de Helios para no morirse de hambre y fueron castigados con la muerte. Los mitos griegos nos quieren decir que ni siquiera los videntes tienen la última palabra sobre el futuro y que el destino es algo muy oscuro.

El relato de hoy (Génesis 45:1–15) es el clímax del desenlace de la historia de José y sus hermanos. Es el momento de la reconciliación entre el hermano que fue odiado y sus hermanos que lo vendieron como si fuera un animal o una mercancía.

Y en este relato se muestra que el destino de José, que fue posible por la acción cuasi–homicida de sus hermanos, era el destino querido por Dios. Es decir, que de todo aquel rencor y envidia fraterna, de toda aquella rivalidad que culminó en la venta del hermano y la mentira que trajo un dolor infinito a su padre, se convirtió en el plan de salvación por parte de Dios.

El relato de hoy es conmovedor. Se tiene que leer toda la historia, desde que José llega como un esclavo que es vendido en Egipto, que prospera con su amo Potifar, que es calumniado por la esposa de éste y cae en desgracia, va a la cárcel y allí interpreta los sueños de dos compañeros de celda, interpreta los sueños del Faraón y termina siendo nombrado como el Visir de Egipto, a fin de gestionar la abundancia y la hambruna que se avecinan (las 7 vacas gordas y las 7 vacas flacas).

Y luego viene la parte donde los hermanos de José van a Egipto a comprar trigo porque hay hambre por todos lados. Y se dan los encuentros y el ocultamiento de José, a quien no reconocen como su hermano. Os recomiendo que leáis todos esos capítulos (37, 39–44) y luego, al leer el texto de hoy, veréis lo intenso y conmovedor que es el momento del reconocimiento entre los hermanos.

José ya no puede contenerse y hace salir a todos los cortesanos. Se queda a solas con sus hermanos y les revela quién es: soy José, vuestro hermano, a quién vendisteis (v. 4). Pero esta vez José no es el hermano pequeño o débil, el soñador odioso, sino que José es el gran Señor de Egipto, que se abaja, que se pone como su igual y que llora delante de ellos. Porque José se reconoce en ellos, en ellos se mira a sí mismo como el hermano de sus hermanos.

Y sus hermanos no pudieron responderle (3). Están turbados, espantados, ante aquello que era imposible, absolutamente insólito: su hermano desaparecido está de pronto delante de ellos. Pero allí delante de ellos está también su culpa, su pecado, su crimen. Ellos, sus hermanos, le vendieron y ellos llevaron la mentira a su padre, quien se sumió en un duelo interminable por la muerte de su hijo José.

Pero las palabras de José son la misma interpretación de todo lo que ha pasado:

...no os aflijáis ni os enojéis con vosotros mismos por haberme vendido, pues Dios me envió antes que a vosotros para salvar vidas 5 Pero Dios me envió antes que a vosotros para hacer que os queden descendientes sobre la tierra, y para salvaros la vida de una manera extraordinaria 7Así que fue Dios quien me envió a este lugar, y no vosotros. 8

Es lo que nos dice a nosotros el texto: que Dios estaba allí, en los motivos oscuros de rencor y de envidia. Que Dios estaba allí, en las rivalidades que nacieron de profundas desigualdades y equivocaciones familiares, como la preferencia del padre por José. Que Dios estaba allí, en la trama maliciosa de los hermanos que quieren matar al hermano. Que Dios estaba allí, en la reticencia de Rubén y de Judá, que evitan que se asesine a su hermano y ofrecen una alternativa, un mal menor, que consiste en venderlo como esclavo.

Y sigue siendo muy oscuro para nosotros el comprender cómo estaba Dios allí. Como se escondía Dios allí. Porque nosotros no podemos ver el futuro, pero tampoco tenemos tanta claridad para ver el presente. Muchas de nuestras acciones del presente pueden estar llenas de certezas, pero cuando miramos con un poco de cuidado, nos damos cuenta que no tenemos la claridad suficiente.

Pero podemos confiar y podemos esperar en Dios. Esto es lo que nos quiere decir la historia de José y sus hermanos. Confiar en Dios es ponerle límites al rencor y a la envidia, es no dejarnos llevar por los impulsos que nos animan al mal del prójimo. Confiar en Dios es saber que, aún cuando nos equivocamos, siempre podemos volvernos al Señor. Que él nos abrirá los brazos y nos recibe en su perdón.

No conocemos el futuro, pero sí podemos esperar en Dios. Y esperar en Dios es recordar que Dios envía siempre su salvación para nosotros, para todos, para que tengamos vida por venir, para que tengamos vida en abundancia. Que así sea nuestra confianza y nuestra esperanza.

 Amén 

 

Víctor Hernández Ramírez. Barcelona

 

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