Entonar una canción

 


Pensando en voz alta 

Los discípulos caminan hacia un mundo nuevo, pero calzan viejas sandalias. Y a veces se les enredan espinos al andar. Y se detienen. Y se quejan. Los discípulos saben muchas cosas. O las creen saber. Saben, por ejemplo,  que si tu madre es judía entonces tú eras un judío. Que si tu padre es carpintero entonces tú has de serlo también. Los discípulos presuponen que la familia siempre tendrá preferencias. Que gozarían de los primeros asientos.

Pero el Maestro, a quien siguen, no siente mucha estima por las presuposiciones, de hecho parece que no tiene familia o la ha relativizado. Los discípulos siguen a un Maestro que desde lejos parece que está solo en el mundo. Al que todos han abandonado. Pero el Maestro no se mira el ombligo, sino que habla de cómo vivir en el reino de los cielos, cómo hablar con el Sr. Dios cuando nadie te ve y hasta cómo tratar a los que son diferentes. Pero no dice mucho, este Maestro, de qué hacer con la familia o con los parientes. Con la sangre de tu sangre.

Los discípulos están acostumbrados a seguir las normas, a cumplir los preceptos, a ser practicantes de las tradiciones, pero los dichos del Maestro dicen que hay que oír a las palabras de Dios y hacerlas cotidianas. Como si fueran el pan. ¡Como si eso fuera tan fácil! La propuesta de este Maestro es hacer una familia más extensa y compasiva. Una especie de gran familia donde el Sr. Dios pueda estar presente y sin pedir permiso sentarse a nuestra mesa.

Jesús es el Maestro que no pierde oportunidad en enseñar a los discípulos como moverse por la vida sin endurecerse el alma. Les muestra lo que tienen delante de los ojos y que no pueden ver: la necesidad de la compasión. Pretende quitarles el velo que les impide ver al mundo tal como es. Quiere echarles fuera del corazón el miedo que les impide amar. Jesús sabe de la importancia del discipulado. Sabe que el discipulado logra lo que a veces la familia no puede hacer. O no quiere hacer. Y por eso una y otra vez la invitación a retornar a Dios. A volver a la casa del Padre. Al arrepentimiento.

Oír y hacer son dos verbos. Algunos cristianos los logran compaginar. Otros no. Para Jesús es necesaria y urgente su integración. Sólo los que oyen y hacen la voluntad del Padre pueden construir con piedras. Pueden resistir el dolor. Pueden enfrentar todas las tormentas. Y hasta pueden entonar una canción cuando las lágrimas recorren sus mejillas.

Lectura del evangelio de Lucas 8: 19-21

En cierta ocasión fueron a ver a Jesús su madre y sus hermanos; pero se había reunido tanta gente que no podían llegar hasta él. Alguien le pasó aviso: Tu madre y tus hermanos están ahí fuera, y quieren verte.  Jesús contestó: Mi madre y mis hermanos son todos los que escuchan el mensaje de Dios y lo ponen en práctica.

Oración

Señor y Dios:

Ayúdanos en este día que comienza a oír tu Palabra con claridad. Que los otros ruidos se acallen para escucharte. Y que sea el Espíritu Santo el que nos impulse a actuar en consecuencia. Sin miedos. Con entusiasmo. Con esperanza. Con fe. En el nombre de Jesús, nosotros creemos. Amén.

 

 

 

 

 

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