Que nos calientan el alma


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

A veces el invierno llega antes de tiempo. A veces llega hasta el alma sin previo aviso. Y allí se queda. Como si fuera su casa. Y nos paraliza. Sin que nos de tiempo para apilar los maderos que nos calienten por dentro y por fuera. Sin ofrecernos la oportunidad de proteger las plantas del cierzo. Si, el invierno nos toma por asalto.

Con alguna frecuencia la acedia toca a la puerta de los discípulos y ellos le abren. Y entonces llega esa temporada del alma cuando el desgano se impone.  Cuando faltan las palabras en los labios y no se pueden hacer oraciones. Cuando las mejores intenciones son desgarradas y hechas jirones delante de nuestros ojos. Cuando esto pasa entonces la vida de los discípulos esta rodeada por una espesa bruma. Se detienen los sentimientos y se presenta la fatiga y la inercia. Están como prisioneros de sí mismos.

Hay temporadas cuando los discípulos sólo pueden experimentar el miedo y los temblores. Y entonces prefieren cerrar los ojos e intentar dormir. Dormir. Dormir hasta que la pena pase.

Pero Jesús sabe que la vida de los discípulos siempre será un viaje desafiante. Una caminata donde podrán perder el aliento.

Cuando Jesús ve a los discípulos atrincherados en este estado nos toma de la mano, nos sienta a la mesa y enciende una luz en la oscuridad. Entonces nos ofrece un poco de pan y un sorbo de vino. Y nos musita palabras que nos calientan el alma. Si, que nos calientan el alma.

Lectura del evangelio de Lucas 12: 35-38

Ustedes tienen que estar siempre listos. Deben ser como los sirvientes de aquel que va a una fiesta de bodas. Ellos se quedan despiertos, con las lámparas encendidas, pendientes de que su dueño llame a la puerta para abrirle de inmediato. ¡Qué felices serán cuando llegue el dueño a la casa, en la noche, o en la madrugada! Les aseguro que el dueño hará que sus sirvientes se sienten a la mesa, y él mismo les servirá la comida.

Oración

Señor de la vida:

Te necesitamos, ahora más que nunca. Esta tristeza en nuestros corazones sólo puede ser desterrada con tu alegría y esperanza. Tú puedes ofrecernos la paz que el mundo no nos da. Sólo a ti nuestro corazón nombra.

Danos fuerzas, Señor. Mantennos despierto aun cuando nuestros ojos quieran darse por vencidos. En el nombre de Jesús, el amor, la alegría, la paz y la felicidad nos seguirán a donde quiera que vayamos. Amén ///

Augusto G. Milián

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