Para salir del letargo


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Querida iglesia:

Escuchamos en esta mañana las lamentaciones de los hombres y mujeres de fe en el pasado. Podrían ser nuestras lamentaciones. Y es que las súplicas contienen deseos profundos. La súplica y el deseo a menudo conducen a que logremos lo que deseamos desde nuestros corazones. Pero en esta mañana las lamentación culmina con una alabanza.  Sí, nuestros hermanos y hermanas del pasado depositaron su fe en el Sr. Dios. El era el motivo de la alegría. Cultivaron esta fe y vivieron en y desde la certeza de que este Dios sale al encuentro del que practica la justicia.

Esa manera de vivir la fe se convirtió en una esperanza para sus vidas. Y es que las situaciones de tribulación, las dificultades o las escaseces ponen a este modelo de fe bajo la prueba. Así fue con una buena parte del pueblo de Israel en los tiempos posteriores a la perdida de la tierra. Pero la gran tribulación del exilio ya había pasado. Las familias afectadas por las muertes, por la devastación del país, por las deportaciones a una tierra extraña, ya se estaban recuperándose. Las heridas se estaban curando. Después de todo, ¡el tiempo cura muchas cosas!

Por las Escrituras sabemos que una parte de la gente que había regresado del exilio para reconstruir los pueblos y el templo en Jerusalén  estaba recordando lo que Dios había hecho en el pasado. Pero otros preferían lamentarse. Para la mayoría de las personas que habían permanecido en la tierra, el Sr. Dios parecía haberles olvidado. Ya no recordaba sus nombres. Y se preguntaron: ¿Dónde está el que sacó del mar al pastor de su rebaño?  ¿Dónde está el que hizo romper las aguas delante de ellos? ¿Dónde está el que los guió a través de las profundidades? Estas personas preguntaron de una manera nueva e intensa por la presencia de Dios en medio de sus muchas carencias y dificultades. Sus lamentos expresaban la búsqueda interior. Necesitaban volver a encontrarse con el Señor.

Nuestra historia y tradición está llena de palabras y testimonios sobre la presencia y actuación de este Dios en medio de nosotros, pero la mayoría de las veces recordamos esto como si sólo estuviese en el pasado. ¿Y el presente que tenemos?

Querida iglesia: 

En la actualidad, los hombres y las mujeres contínuamos atesoramos tradiciones, recuerdos, costumbres y la fe. Pero en realidad necesitamos la presencia viva del Sr. Dios en nuestra vida diaria para que nos consuele.  Para que pueda vendar nuestras heridas y secar nuestras lagrimas. Y es que hay días que la fe, también para nosotros, se ha convertido en una tradición. Estamos rodeados de rituales, de memorias, de fotos y de recuerdos. Pero esas cosas no nos secan las lágrimas  ni menguan nuestros dolores.   

Querida iglesia:

El Adviento, que hoy iniciamos, es un tiempo de espera. Es un nuevo comienzo. Es un tiempo para despertarse. Es el momento de abandonar el letargo. Es el tiempo de salir a buscar. Así fue en el pasado; así es para nosotros aquí y ahora. Aquella gente tenía en su corazón el deseo de la presencia viva de Dios. Y esperó señales que anunciaran su presencia. Por eso en sus lamentos encontramos la petición: ¡Nosotros esperamos!

 Si, también nosotros esperamos que el Sr. Dios cruce los cielos y descienda entre nosotros. Este es nuestro deseo. Esta es nuestra esperanza. Esta es nuestra búsqueda. Sobre la base de la fe, los que han estado antes que nosotros pudieron decir: ¡Señor, tú eres nuestro Padre! ¡Tú eres el Dios que haces cosas por sus hijos! Y nosotros le recordamos hoy: ¡Nosotros somos tu pueblo! ¡En ti esperamos!

Amén.

 

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