Nada. Nada. Nada.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Nos cuesta mucho definir la Navidad si no hemos tenido un encuentro previo con el motivo de la fiesta. Esto es algo que aprendemos con los años. Y cuando este encuentro falta entonces travestimos la fiesta y la inundamos con luces, comidas y regalos, porque hay un hueco en nuestra alma que no sabemos con qué llenar.

Los discípulos somos prestos para declarar nuestra fe y describir con palabras nuestras creencias. Pues venimos de una cultura extremadamente oral donde todo ha de ser explicado y expresado con palabras. Y creemos que tenemos que repetir este modelo una y otra vez. Hasta el cansancio. Una tradición que nos impone esgrimir los argumentos para hacer entender conceptos, que nos empuja a definir doctrinas y donde nos armamos hasta los dientes para defender credos. Pero la cercanía al Reino de los cielos depende más de nuestra proximidad a Jesús que de nuestros argumentos, que de nuestras doctrinas, que de nuestros credos. Muchas veces falibles. Muchas veces equívocos. Muchas veces lejanos.

Con los días de soledad y de silencios los discípulos nos hemos quedado sin voz. No hemos tenido con quien debatir o a quien ofrecer nuestros monólogos. La lectura de las Escrituras se ha convertido para entonces para nosotros en una especie de tesoro. La oración con las Escrituras en una especie de apertura. La contemplación de las Escrituras en un nuevo territorio a descubrir.

Si, ahora que el año está por finalizar y miramos con esperanza lo que hay por delante, tendremos que aceptar el criterio de que no estamos obligados a hablar constantemente. Que delante de Jesús podemos darnos permiso para quedarnos sin palabras. Que podemos abrir los ojos y ver. Ver sin ese velo que nos impone la realidad. Porque en la medida que sus palabras se conviertan en el corazón de nuestra fe entonces tendremos la certeza de que el es nuestro Pastor y nada nos faltara. Nada. Nada. Nada.

En el mundo en que nació Jesús para que algo sea real hay que repetirlo tres veces.

Lectura del evangelio de Juan 1,47-57

Al ver Jesús que Natanael venía a su encuentro, comentó: Ahí tenéis a un verdadero israelita en quien no cabe falsedad. Natanael le preguntó: ¿De qué me conoces?                                                                                                                                   Jesús respondió: Antes que Felipe te llamara, ya te había visto yo cuando estabas debajo de la higuera. Natanael exclamó: Maestro, tú eres el Hijo de Dios, tú eres el rey de Israel.                                                                                                                                                      Jesús le dijo: ¿Te basta para creer el haberte dicho que te vi debajo de la higuera? ¡Cosas mucho más grandes has de ver! Y añadió: Os aseguro que veréis cómo se abren los cielos y los ángeles de Dios suben y bajan sobre el Hijo del hombre

Oración

Señor:

Tú eres mi pastor y nada me faltará. Tu Palabra me alimenta cada mañana. A ti dirijo mis oraciones ahora que el año termina. En ti esperamos Jesús. Amén.

Augusto G. milián

 

 

 

 

 

 

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