La barca abandonada


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Nuestra vida, aquí en la tierra, está llena de ganancias y de pérdidas. Los agradecidos hablan de las ganancias. Los desagradecidos de las pérdidas.

En las oraciones que durante esta semana hemos podido compartir con hermanos y hermanas que tienen otras maneras de entender la fe cristiana y de leer las Escrituras siempre ha estado presente la certeza de que el Sr. Dios se hizo hombre en nuestro Señor y salvador, Jesucristo. Y que es él quien nos llama por nuestros nombres para que le sigamos. En nuestras oraciones descansa el criterio de que no hay fe en Jesús sin un seguimiento de la misma manera que no se explica un seguimiento a Jesús sin fe. Pero seguir a Jesús nos cuesta. No es algo barato.

En el relato de esta mañana se nos narra que en la región del lago de Galilea la gente vivía de la pesca. Nosotros leemos que Simón y Andrés poseían redes, una barca y daban trabajo a otros; pero para seguir a Jesús, abandonaron el negocio familiar. Algo similar ocurre con Jacobo y Juan, mientras reparaban las redes. Y es que no pudieron resistirse al llamamiento. Había algo en el ofrecimiento de Jesús que se hacía irresistible. Pero en realidad Jesús les invitó a seguirle sin dar muchos detalles. Y todas sus vidas cambiaron entonces. Dejaron de ser pescadores y comenzaran a recorrer los caminos. Leer  estos acontecimientos nos resulta fácil. Vivirlos son otras palabras.

El discipulado tiene como premisa que el creyente sea capaz de dejar todo y seguir a Jesús.  Sin duda es una idea romántica. Pero muy ardua para nosotros. A veces inalcanzable. Quizás entonces cobre tanta importancia el orar por la libertad que nos permita escoger entre irnos y dejar atrás, o quedarnos, y buscar la manera de dar un mejor servicio al Reino de Dios sin sufrir pérdidas. Sin tener desgarros. La primera propuesta es radical. La segunda es más común. Más cotidiana.

A medida que Jesús llamaba a sus discípulos y ellos estaban dispuestos a seguirle, estos se veían capaces de ir descubriendo su identidad y su vocación. A nosotros nos pasa lo mismo con el tiempo. Sólo cuando respondemos al llamamiento de Jesús es que somos aptos para hablar con sus palabras e imitar sus acciones. En este domingo me pregunto: ¿dónde estaría yo si Jesús no me hubieras alcanzado? En este domingo podría preguntarte a tí: ¿dónde estaría tú si Jesús no te hubiera perdonado? ¿Podemos retroceder en el tiempo y recordar el día que Jesús nos encontró?

En algún lugar de nuestro pasado hay una barca abandonada por ti y por mí. No lo olvides.

Augusto G. Milián

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