Sea la paz


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Querida iglesia:

Necesitamos recordad la natividad de Jesús porque de alguna manera nos revela nuestra vocación primaria: ser hijos del Sr. Dios.

Hoy les invito a mirar otros de los consejos prácticos que Pablo expone ante los cristianos de Colosas: dejarse gobernar por la paz. Algunos de Uds. sospechan que la paz es la ausencia de conflictos; pero este es un pensamiento romántico y poco real. Los discípulos de Jesús viven rodeados de conflictos.  

Pero el hecho de que podamos confesar en esta mañana que somos hijas e hijos del Sr. Dios no evita que el conflicto perviva en nuestro mundo. Somos hijas e hijos del Sr. Dios y podemos confesar que el conflicto no puede ser ignorado o disimulado.  Si alguna cosa hemos de hacer con los conflictos que llegan a nuestra vida es asumirlos. Este es el comienzo de un camino hacia la paz de adentro y la paz con los de afuera.

Hay dos preguntas que me han estado rondando esta semana ¿Qué nos pasa si nos dejamos domesticar por la existencia de conflictos y no buscamos la paz? Primeramente estaremos perdiendo perspectivas, es como mirar al mundo con un solo ojo. En segundo lugar, nuestros horizontes estarán limitados, estaremos viendo como a través de la niebla. Y en tercer lugar, lo que tenemos por realidad estará hecha pedazos, sólo seremos capaces de ver fragmentos y no el paisaje completo. ¿Cómo reaccionamos frente a los conflictos? También hay tres maneras de responder a esta pregunta. Los primeros miran los conflictos y siguen de largo, como si no pasara nada. Es una manera de lavarse las manos para poder continuar con nuestras rutinas. Los segundos se sumergirán de tal manera en los problemas que después no saben como salir de ellos. Quedan enredados en ellos, como un nadador entre los sargazos. Y no pueden avanzar. Pero hay un tercer grupo que se sitúa ante el conflicto, lo acepta, sufre con él, busca soluciones y es capaz de dejarlo atrás. De estas personas dice Jesús: Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios.(Mt.5:9)

Un pacificador, ahora es alguien que no sólo es capaz de vivir con las diferencias, sino que es la persona que deja que su corazón sea gobernado por la paz. Alguien que tiene la capacidad de mirar más allá de los conflictos cotidianos y ver dignidad en las personas que están cercanas. Y como son dignas tienen el derecho a pensar y actuar de manera diferente. Un pacificador es alguien que sabe que la paz es superior al conflicto. Y lo vive sin necesidad de apostar por el sincretismo ni por la absorción de una cosa por otra.

Este criterio evangélico de buscar la paz y dejarse gobernar por ella es la piedra que nos recuerda que en Jesús todas las cosas son unificadas: tanto las de arriba como las de abajo. Las del cielo y las de la tierra. La del Padre Dios y la de los hombres y mujeres. Las de nuestra vida aquí y ahora y las de la eternidad. Las de la carne y las del Espíritu. Necesitamos ver esta señal para no olvidarla. Necesitamos de este tipo de piedras en nuestras vidas cada mañana.

Jesús es nuestra paz (Ef. 2:14). El Jesús resucitado siempre que llega y saluda lo hace ofreciendo la paz: La paz sea con Uds. Los discípulos afirmamos que Jesús es nuestra paz porque ha vencido al mundo y sus conflictos permanentes. Pero de nada nos sería de utilidad estar rodeados de paz si en nuestro interior no existe tal cosa. Así que el primer ámbito donde se nos exige tener paz es en nuestro interior. Utilizando las palabras de Pablo diríamos que en nuestros corazones. No podemos aspirar a tener una familia que nos consuele, una iglesia que nos acoja, un mundo solidario si nuestro corazón está hecho pedazos por los conflictos. No busquen la paz fuera si donde la han perdido es en vuestros corazones.

Querida iglesia: ¡Permitid que la paz gobierne vuestros corazones! ¡Abrid las ventanas del alma para que entre Dios! Amén.

Augusto G. Milián

 

 

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