Como un tambor

Pensando en voz alta.

Todo parece indicar que la vida nos va endureciendo a medida que vamos creciendo. Ahora lo sabemos, porque el corazón se nos agota. El cuerpo se cansa. Nos falta el aliento. Y cuando llegan esos días a nuestras vidas entonces intentamos aniquilar todo huella de dolor que nos produce el desamor y hacemos todo lo posible por disimular las lágrimas hablando de lo que pasa en el mundo exterior, y no dentro, donde nadie nos ve. Si, hemos aprendido a mirar con lupa lo que hacen y dicen otras personas, pero no prestamos atención a lo que decimos y hacemos nosotros.

Con los años se nos ha enseñado a darle importancia a lo secundario. A guardar las apariencias. A no llorar en público. A identificar el mal que esta fuera y buscarle nombres. Pero hay muchas ocasiones que somos incapaces de clasificar lo que sale de nosotros. De encontrar su origen.

Los discípulos estamos domesticados para cumplir con los requisitos sociales. Para hacer lo que los demás esperan de nosotros cotidianamente. Para poner esa cara de que todo está bien, aunque por dentro la tristeza nos devore el alma. Los discípulos pretendemos ir con las manos limpias por los caminos, aunque el corazón esté inundado por tiznes y por las grasas.

Jesús conoce el corazón de los hombres y las mujeres. Conoce los corazones de los discípulos. Sabe de nuestras fluctuaciones. De nuestros altibajos. Por eso no emite juicio sino ante la falta de amor. Ante la falta de compasión. Ante la falta de misericordia.

Jesús sabe que el legalismo puede convertirse en una versión falsa de la religión. En una versión que nos hace estar lejos del Sr. Dios. Una versión que nos hace ser ruidosos, pero vacíos. Como los tambores.

Lectura del evangelio de Marcos 7:1-5, 15

Se acercaron a Jesús los fariseos y unos maestros de la ley llegados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, esto es, sin habérselas lavado. (Porque los fariseos y demás judíos, siguiendo la tradición de sus antepasados, no comen sin antes haberse lavado las manos cuidadosamente. Así, cuando vuelven del mercado, no comen si antes no se lavan. Y guardan también otras muchas costumbres rituales, tales como lavar las copas, las ollas, las vasijas metálicas y hasta las camas). Preguntaron, pues, a Jesús aquellos fariseos y maestros de la ley: ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué se ponen a comer con las manos impuras?

Nada externo al ser humano puede hacerlo impuro. Lo que realmente hace impuro a uno es lo que sale del corazón. 

Oración.

Señor del sábado y del domingo:

Líbrame de poner la ley sobre el amor. Muéstrame el camino de ser agradecido aquí y ahora. Quiero ser como Jesús. Amén ///

 

Augusto G. Milián

 


 

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