Con los ojos abiertos


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Esperar nos cuesta. Nos duele. Espera no es algo que este en nuestra lista de dones predilectos. En realidad preferimos que todo nos llegue pronto. Que sea rápido. De manera inmediata, ya sean las buenas noticias como las malas. Y es que en realidad no poseemos el arte de la espera.

¿Qué es un discípulo?  Podríamos decir, también aquí y ahora, que es alguien que sabe esperar. Alguien que guardar el tiempo necesario para que las semillas crezcan, para que los sentimientos aparezcan y para que los hechos proporcionen señales. Los discípulos han leído muchas veces que todo tiene su tiempo, que a todo le llega su hora, pero en sus vidas cotidianas se niegan ha aceptarlo. De hecho, si hacemos una pausa y miramos a nuestro alrededor todo está en movimiento de un modo u otro. Y llegamos a creer que en cuestiones de fe también ha de ser así. Pero estamos errados.

Hay gente que han esperado para encontrarse con el Sr. Dios de una manera tranquila. Hay hombres y mujeres que esperan a un Dios aquietado. Sencillo. Alejado de toda muestra de fortaleza. De toda imposición. Hay creyentes que oran y esperan para tropezarse con Jesús en medio del camino. De un día cualquiera. Y por eso se mantienen con los ojos abiertos.

¿Eres tú así?

 Lectura del evangelio de Lucas 2:22-33

Más tarde, pasados ya los días de la purificación prescrita por la ley de Moisés, llevaron al niño a Jerusalén para presentárselo al Señor, cumpliendo así lo que dispone la ley del Señor: Todo primogénito varón ha de ser consagrado al Señor, y para ofrecer al mismo tiempo el sacrificio prescrito por la ley del Señor: una pareja de tórtolas o dos pichones.

Por aquel entonces vivía en Jerusalén un hombre llamado Simeón, hombre justo y piadoso que esperaba la liberación de Israel. El Espíritu Santo estaba con Simeón y le había hecho saber que no moriría antes de haber visto al Mesías enviado por el Señor. Guiado por el Espíritu Santo, Simeón fue al Templo cuando los padres del niño Jesús llevaban a su hijo para hacer con él lo que ordenaba la ley. Y tomando al niño en brazos, alabó a Dios diciendo:

Ahora, Señor, ya puedo morir en paz, porque has cumplido tu promesa. Con mis propios ojos he visto la salvación que nos envías y que has preparado a la vista de todos los pueblos: luz que se manifiesta a las naciones, y gloria de tu pueblo Israel.

Los padres de Jesús estaban asombrados de lo que Simeón decía acerca del niño.

Oración

Señor, que yo también pueda abrir mis ojos con asombro, a lo que acontece a mi alrededor que yo sea capaz de reconocer lo que haces en mi vida, que yo aprenda a esperar, aun, en medio de las penas y de las alegrías. De Jesús, tenemos memoria. Amén.

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