Fanatismo, cuando falta la teología.


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Comentario al libro de Adrien Candiard, Fanatismo, cuando la religión está enferma

Un adagio latino dice Corruptio optimi pessima, la corrupción de lo mejor da lo peor. Cuando algo muy bueno se corrompe, no empeora un poco, sino que es peor. Por poner un ejemplo, sucede que cuando una pareja que se ha amado apasionadamente se desgarra, no pasa del amor a la amistad, sino del amor al odio. El adagio se aplica a la religión que es la mejor cuando da sentido a una existencia, cuando amplía el espacio de una vida, cuando da coraje y cuando conduce a actos de generosidad, pero degenera en lo peor cuando se permite ser corrompida por el fanatismo.

Adrien Candiard, dominico afincado en El Cairo, ha trabajado durante años en el diálogo con el Islam, lo que le ha llevado a estudiar los excesos de esta religión. Nos presenta el pensamiento de un teólogo musulmán del siglo XIV, Ibn Taymiyya, que es un referente en los movimientos salafista y yihadista.

Se parte de la premisa de que Dios es radicalmente diferente a nosotros y que no tenemos acceso a su ser. Lo único que podemos conocer no es su naturaleza, sino su voluntad que se revela a través de los mandamientos. Tener fe no se trata de tener una relación personal con Dios, sino de hacer lo que él nos pide que hagamos. Como el Corán condena la apostasía, la compulsión en materia de religión es totalmente aceptable. ¡Podemos notar que en ese momento, la Iglesia había llegado a las mismas condiciones cuando creó el tribunal de la Inquisición que llegó a practicar la tortura para salvar las almas de los herejes! Esto es fanatismo. Una especie de  ateismo religioso.

Tras pasar por este análisis, el autor concluye que el fanatismo proviene de la negativa a pensar en Dios, se presenta como una teología que proclama la imposibilidad de la teología. Es un pensamiento del que Dios está paradójicamente ausente, excepto en forma de mandamientos. En esto, el fanatismo se presenta como un ateísmo religioso, un ateísmo que nunca deja de hablar de Dios, pero que en realidad sabe muy bien cómo prescindir de él. Esta conclusión se hace eco del filósofo Alain que dijo hace casi un siglo: Hay algo mecánico en el pensamiento fanático, porque siempre vuelve por los mismos caminos. Ya no busca, ya no inventa.

El dogmatismo es como un delirio recitado. Carece de esa punta de diamante, la duda, que siempre excava. En teología, un pensamiento que encierra a Dios en un discurso es un ídolo. La actitud idólatra no se trata solo de arrodillarse frente a un puesto sagrado o amar demasiado el dinero, el sexo o el fútbol, ​​se trata de nuestra relación con lo esencial. Un ídolo es una cosa, una fuerza, una institución, una doctrina o un ideal que se considera supremo, y solo uno es supremo: Dios. La fe en el Dios del evangelio no es suficiente para prevenir la idolatría, sin embargo, no debemos reemplazar a Dios con nuestro entendimiento o nuestra experiencia de Dios.

Esto fue muy acertadamente recordado por la declaración del Concilio Nacional de la Iglesia Reformada de Francia sobre la guerra en Irak: El Dios que Jesucristo nos reveló no es el servidor de nuestros deseos de poder, como pueden ser los ídolos forjados en nuestra imagen.  

Siempre que hacemos hablar a Dios para legitimarnos, somos nosotros quienes hablamos en su lugar y es él a quien callamos. El Dios de Jesucristo no se une a nosotros donde lo llamamos; se encuentra con nosotros donde no lo esperamos Para luchar contra el fanatismo, Adrien Candiard abre tres vías.

La primera es la teología, que es el esfuerzo racional para dar cuenta de la fe, un reflejo crítico de lo que nuestro lenguaje humano puede decir sobre Dios. No es el exceso de teología, sino la falta de pensamiento lo que hace el nido del fanatismo. En este registro, comprender el secularismo que consiste en poner un manto de silencio sobre la religión no ayuda. Es mejor ayudar a pensar en Dios en un entorno secular que reservar cualquier palabra sobre Dios para un entorno privado.

El segundo es el diálogo interreligioso. Para el autor, hablar de su experiencia de Dios es una forma de cambiar la pregunta, porque los humanos están más cerca unos de otros que sus teologías. Una fe que no está en diálogo corre el riesgo de enquistarse si se vuelve insensible a cualquier cuestionamiento.

La tercera es la oración que nos confronta con el silencio. La verdadera espiritualidad nos invita a recorrer el hueco que hay en nosotros para registrar el deseo de Dios mientras el fanatismo lo llena con un discurso concreto e inexpugnable sobre el mundo y sobre Dios.

Ninguna de estas pistas es garantía contra los excesos de las religiones, pero son hitos que pueden prevenir la corrupción de los mejores.

Antoine Nouis (Revista Reforma)

 

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