Fiebre


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Venimos de una tradición eclesial donde estamos acostumbrados a mirar con lupa las palabras de Jesús. Pero hoy les quiero invitar a que no sólo miren las palabras. Hoy les invito a mirar los gestos.

Y es que las manos son importantes en nuestra cultura para trasmitir gestos. Con nuestras manos podemos curar o herir, podemos acariciar o golpear, podemos acoger o rechazar. Nuestras manos dicen mucho de nosotros. Por los relatos evangélicos sabemos que Jesús toca a los discípulos. Toca a los desconocidos. Jesús será tocado por ellos. Jesús tocará a los enfermos para arrancarles el mal. Otras veces les impondrá sus manos para darles fuerzas. Para trasmitir cercanía, apoyo y compasión.

Estas son las claves para releer el pasaje de esta mañana. Es un mensaje sencillo. Jesús ya no está en la sinagoga, un lugar de oración pública. Ahora está en una casa, un espacio privado.  Jesús ha entrado a la habitación donde hay una mujer enferma y coge su mano. La mujer está ardiendo. Nosotros sabemos que la fiebre es el aumento en la temperatura del cuerpo en respuesta a alguna enfermedad o padecimiento y que la fiebre es una parte importante de las defensas del cuerpo contra la infección. ¿Y que hace Jesús? La ayuda a levantarse. La fiebre la ha abandonado. No sabemos el nombre de esta mujer. Son tiempos donde los hombres tienen más valor y las mujeres son anónimas.

Marcos nos cuenta sobre un Jesús que apuesta por la vida. Que cura a los enfermos. Que los levanta. Jesús va contra las costumbres de su tiempo. Toca a los enfermos. Toca a las mujeres. Jesús lleva luz a los que están a oscuras. Y muchas veces estar enfermo es como estar rodeado de oscuridades. Ya sean enfermedades del cuerpo o del alma. Jesús no se ha dejado domesticar por la muerte. No se acostumbrado a ella. Sus discípulos sí.

Por ello Jesús está atento al sufrimiento ajeno. No es capaz de pasar de largo si ve a alguien sufriendo. No se conforma con decir esas palabras que sus discípulos decimos con tanta facilidad: ¡Dios te bendiga! Jesús sabe que predicar las buenas noticias es algo más que predicar. Hay que hacer.

Y frente a las enfermedades hay que hacer algo. Y es que las enfermedades son uno de las experiencias más duras por la cual podemos transitar. Y no solo padece el enfermo. También sufre sus cuidadores, su familia, sus amigos, su comunidad. Y sabemos que a veces no basta con decir palabras. Vienen días donde tendremos que acercarnos. Porque al doliente no se le ayuda desde lejos. Hay que estar cerca. Escucharles. Tocarles. Levantarlos.

Con los años la iglesia tendrá que aprender a ayudar a los enfermos a volver a la vida cotidiana. A sentarlos a la mesa. A ofrecerles pan. A dar gracias. 

Augusto G. Milián

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