¿Qué es un discípulo?















Pensando en voz alta

Hay etapas de la vida de los discípulos en que no esperan que ocurra nada nuevo bajo el sol. Que dejan de creer en los milagros y no saben muy bien por qué. Hay circunstancias amargas que les abrazan sin pedir permiso y que hacen que la fe se arrincone en una esquina del alma como un animal enfermo. Y se quedan paralizados. Sin poder mover los labios para musitar una oración. Están con los ojos abiertos, pero no pueden ver lo que hay delante de ellos. 

Los discípulos estamos abarrotados de deseos. De ansías. Queremos, por ejemplo, estar sanos. Pretendemos poder movernos de un lugar a otro con libertad. Aspiramos ha atesorar nuestras propias opiniones y atrincherarnos en ella como si fueran una fortaleza. Si, en el fondo de nuestro corazón anhelamos ser felices. Pero la realidad es otra, a veces nos duele la espalda, o no podemos salir de casa, o nuestras opiniones nos han esclavizado, o sencillamente la tristeza nos tiene aferrados como un musgo a la roca.

Es en esta realidad dolorosa que Jesús se hace presente. Que aparece sin previo aviso y llama a la puerta.  Es en estos días que toma la iniciativa y nos pregunta sin esperar nada a cambio: ¿Quieres estar bien? Pero para estar bien, para estar sano por dentro y por fuera, a veces hay que cumplir a rajatabla tres mandamientos: hay que ponerse en pie, hay que abandonar la comodidad, hay que andar.

Alguien podría preguntarse entonces: ¿Qué es un discípulo? Y nosotros tendríamos que responder sin titubeos: Un discípulo es aquel que está a la espera de Jesús. Alguien que le aguarda. No importa cuánto tiempo ha estado esperado. Pero que está atento a sus labios para cuando pronuncie las palabras levántate y camina, hacerlo sin poner excusas. Con certeza. Con los años hemos descubierto que somos nosotros los que nos levantamos. Que somos nosotros los que andamos cuando escuchamos la voz de Jesús.

Lectura del evangelio de Juan 5: 1-9

Después de estas cosas había una fiesta de los judíos, y subió Jesús a Jerusalén. Y hay en Jerusalén, cerca de la puerta de las ovejas, un estanque, llamado en hebreo Betesda, el cual tiene cinco pórticos. En éstos yacía una multitud de enfermos, ciegos, cojos y paralíticos, que esperaban el movimiento del agua. Porque un ángel descendía de tiempo en tiempo al estanque, y agitaba el agua; y el que primero descendía al estanque después del movimiento del agua, quedaba sano de cualquier enfermedad que tuviese. Y había allí un hombre que hacía treinta y ocho años que estaba enfermo.  Cuando Jesús lo vio acostado, y supo que llevaba ya mucho tiempo así, le dijo: ¿Quieres ser sano?                                                                                                                                                                                   Señor, le respondió el enfermo, no tengo quien me meta en el estanque cuando se agita el agua; y entre tanto que yo voy, otro desciende antes que yo.                                                                                                                                                                         Jesús le dijo: Levántate, toma tu lecho, y anda. Y al instante aquel hombre fue sanado, y tomó su lecho, y anduvo. Y era día de reposo aquel día.

Oración

Padre:

En esta mañana abre tu boca que mis oídos te escuchan. Sé mi escudo, porque en ti me refugio. Sé mi agua porque tengo sed. Levántame porque quiero caminar. Jesús nosotros te esperamos. Amén.

Augusto G. Milián


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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