Sin tapujos


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

En el corazón de las Escrituras encontramos el planteamiento de que somos los hijos e hijas del Sr. Dios. Y una de nuestras tareas cotidianas es no olvidarlo y proclamarlo a los cuatro vientos.  Pero también se hace necesario hacerlo práctico. Pero esto último muchas veces no nos resulta fácil. De hecho, la mayoría de nosotros erramos cuando intentamos decir  quienes somos. La mayoría de las veces comenzamos diciendo lo que no somos.

Si yo quisiera explicarles cómo ha sido mi vida, en esta mañana de domingo, me auxiliaría de una grafica. Allí estaría el punto en que nací, los altibajos que he experimentado en la vida y en algún punto del futuro estará ese momento en que deje de respirar. Así que ahora estoy en ese espacio donde mi vida está en las manos del Sr. Dios. Y es que en realidad no sé cuantos años más viviré. Este tipo de gráfico también lo pueden hacer Uds. Y explicarles a vuestros familiares o amigos dónde están. Y hasta quizás puedan decirles a dónde quieren llegar.

Pero hay una pregunta que tanto Uds. como yo hemos de responder lo antes posible. ¿Quiénes somos? Y es que cuando podemos responder a esta pregunta podremos seguir adelante con nuestra vida. La mayoría de las personas que conozco mientras están aquí en la tierra tratan de responder a esta pregunta es utilizando diversas palabras.  Hoy quiero compartir algunas de ellas.

La primera manera de responde a la pregunta de quienes somos, es diciendo que somos lo que hacemos. Y esto en la mayoría de las ocasiones puede contener algo de verdad. Sobre todo cuando lo que hago es de beneficio para los demás o cuando lo que hago me propicia éxitos. Cuando esto ocurre, entonces acabo sintiéndome muy bien conmigo mismo. Pero cuando fracaso, cuando no logro alcanzar mis propias metas comienzo a sentirme frustrado y deprimido. No me valoro. Tengo muchas dudas. De hecho, a medida que nos hacemos mayores y comenzamos a experimentar dolores nos damos cuenta que ya no podemos hacer tantas cosas como antes y entonces comenzamos a repetir la famosa frase: cuando yo era joven hacia esto y aquello….

La segunda manera de responder a la pregunta de quienes somos es diciendo que somos lo que los demás dicen de nosotros. En lo personal asumo que lo que nos dicen los otros es necesario tener en cuenta, pero muchas veces, para las personas inmaduras, es lo más importante del mundo. Hay personas que son esclavas de lo que los demás dicen de ellos. Así que en esta mañana tenemos un problema con lo que los demás dicen de nosotros: cuando la familia, cuando los amigos o cuando los hermanos de la iglesia dicen cosas buenas de nosotros nos sentimos como tocando el cielo. Nos sentimos muy bien. Pero cuando lo que escuchamos son sólo cosas negativas sobre nosotros entonces la rabia nos toma por asalto y acabamos sintiéndonos muy mal. Si, las palabras de los demás pueden hacernos heridas profundas. Heridas que tardan en curarse.

Hay una tercera manera de responder a la pregunta sobre quienes somos y podría ser: yo soy lo que tengo. Yo, p. e. tengo dos títulos universitarios, tengo una familia en Cuba, tengo dos gatos, tengo buena salud, tengo un televisor de sesenta pulgadas, etc, etc. Pero Uds., han de saber tanto como yo, que cuando perdemos algo de lo que atesoramos, cuando muere alguien a quien amamos o cuando el médico me dice que tenemos un problema de salud grave, entonces llega una especie de oscuridad interior a nuestras almas y todo se nos viene abajo. Dejamos de dormir.

Como verán, tenemos muchas maneras de responder a la cuestión de nuestra identidad. Somos lo que hacemos. Somos lo que los demás dicen de nosotros. Somos lo que tenemos. Pero cuando nuestras vidas están limitadas por estas respuestas entonces nuestra existencia cotidiana está sometida por los altibajos emocionales y del carácter. Somos movidos por las circunstancias como una hoja por el viento. Vamos de aquí para allá. Hoy tenemos un buen día y mañana será uno malo. Entonces la vida es como el gráfico que tiene montañas y tiene abismos. En realidad no estamos viviendo. Estamos sobreviviendo. Lo que deseo compartir es el criterio de que si nuestras identidades están basadas en estas respuestas anteriores entonces estamos cometiendo un grave error. Porque ni Uds. ni yo somos lo que hacemos. Uds. ni yo somos lo que los demás dicen de nosotros. Tampoco Uds. ni yo somos lo que tenemos.

Miremos el segundo texto dominical otra vez. 1 Jn.3:

1Mirad cuál amor nos ha dado el Padre, para que seamos llamados hijos de Dios; por esto el mundo no nos conoce, porque no le conoció a él. Amados, ahora somos hijos de Dios, y aún no se ha manifestado lo que hemos de ser; pero sabemos que cuando él se manifieste, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es.

¿Qué se dice de nosotros? Si creemos que este texto es capáz de viajar en el tiempo hasta este momento entonces somos llamados los hijos del Sr. Dios. Y nuestra identidad está en Dios.  ¿No se Uds.? Pero Jesús creyó en la voz de Dios cuando le dijo que era su hijo amado. Jesús se aferró a esta creencia y por ello inicia su ministerio público que lo llevaría a morir en Jerusalén. Pase lo que pase somos los hijos e hijas de Dios. Esto es lo que soy. Esto es lo que afirman las Escrituras. Y esto es lo que nos permite vivir en una cultura donde se alaba y se critica con mucha facilidad. Somos hijos de Dios no porque los demás lo digan sino porque el propio Dios así nos trata.

Querida iglesia: Lo que escribe Juan a los cristianos de su tiempo mediante esta carta también tiene que ver con nosotros. Aquí y ahora. Nosotros también somos los hijos de Dios. Y esto no sólo tenemos que creerlo con nuestras mentes sino atesorarlo en nuestros corazones. Esta identidad ha de ser la invitación para cambiar nuestra conducta y nuestro carácter de una vez y para siempre. No podemos seguir hablando y comportándonos como las personas que éramos antes si ahora somos los hijos e hijas de Dios.

Sólo cuando sabemos quienes somos entonces el paso del tiempo sobre nuestros cuerpos, las habladurías de las personas y las pérdidas materiales no nos quitarán el sueño. Podremos vivir los dolores, las alegrías, las angustias y los desengaños como personas que sabemos quienes somos. Los hijos e hijas de Dios. Y entonces ya no tenemos que sentirnos solos.

Querida iglesia: Hemos sido amados por Dios antes que naciéramos. Antes que nuestros padres nos abrazarán ya Dios nos había acogido entre sus manos. Antes que la familia nos cuidara ya el Sr. Dios nos cuidaba. Las personas que dicen que nos aman no siempre podrán cumplir con sus promesas. No siempre nos podrán amar de la misma manera. Hay días que las personas que dicen que nos quieren nos causan laceraciones. Y por experiencia sabemos que son los que están más cerca los que más daños nos suelen causar.

¿Cómo podremos vivir entonces en esta tierra de flores y serpientes? ¿Cómo convivir con el criterio de que a veces el dolor y la alegría se presenta en el mismo día sin pedir permiso? Mi sospecha está en que sólo podemos enfrentar esta realidad si nos aferramos a nuestra primera identidad. Si reclamamos el hecho de que somos los hijos de Dios.

Cuando me veo tentado a abrazar el rechazo, a aceptar los celos, a cuando me siento empujado a pagar con la misma moneda, puedo detenerme y decirme a mí mismo, en voz alta, para escucharme: ¡No!, no necesito hacer mías estas actitudes. Soy alguien amado por Dios. ¡Soy su hijo! Y aunque a mi alrededor haya rechazo, Dios me muestra su amor.

Ahora sabemos muchas más cosas que cuando éramos unos niños. Ahora sabemos por ejemplo que nuestro corazón sólo encuentra consuelo cuando dejamos que el Espíritu Santo se nos acerque. Y nos abrace. Todos los demás amores son falibles. Todos son parciales. Todos son limitados. Sólo el Sr. Dios me acompañará hasta el final. Sólo él me sostendrá cuando deje de respirar.

¿Qué podemos hacer de hoy en adelante? Pues caminar por el mundo y proclamar a los cuatro vientos y sin tapujos que somos los hijos e hijas de Dios a donde quiera que vayamos. Sin tapujos.

Augusto G. Milián


 

 

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