Todos los caminos nos cambian un poco


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

De dónde vienen nuestras tristezas? ¿De las crisis? ¿De las pérdidas? Esta es una pregunta que algunas personas se han comenzado a hacer durante este año de pandemia. Ahora sabemos que la tristeza es una manera de responder ante una crisis. Una entre otras tantas maneras.

Cuando surge la crisis en Jerusalén, algunos de los discípulos abandonan la comunidad de fe. Nosotros nos parecemos muchos a estos discípulos. En el texto de la mañana se nos cuenta que hay dos personas que caminan juntas por un camino. Por la manera de andar se puede entender que no son felices. Las cabezas están bajas, los hombros hundidos, el paso cansado. No se miran ni el uno al otro. Regresan a su casa. Aunque ya su casa no es su hogar. Sencillamente no tienen otro lugar a donde ir.  A veces hablan entre ellos. Pero sin mirarse. Sus palabras no van dirigidas  a nadie. Son lamentos. Y se los lleva el viento.

¿Por qué están tristes los discípulos que caminan hacia Emaus? Su maestro está muerto. Ha sido ejecutado. El que les había consolado y animado, ahora yace en un sepulcro. Si hay una palabra que resume su dolor, esa palabra sería pérdida. Habían perdido tanto. Muchos de nosotros sabemos que nuestra vida es una serie de pérdidas. Cuando nacemos perdemos la seguridad del seno materno. Cuando comenzamos a ir a la escuela perdemos el refugio de estar con la familia. Cuando comenzamos a trabajar ganamos dinero; pero perdemos mucha libertad. Cuando envejecemos comenzamos a perder la salud. Cuando dejemos de respirar habremos perdido todo de este mundo. Si, las pérdidas forman parte de nuestra vida cotidiana. Como el pan. Algunos de nosotros lo hemos experimentado. Otros prefieren no pensar en ello. Creyendo que lo que no se piensa no existe.

Pero en medio del camino encuentran a un caminante que se pone a caminar a su lado. Ya no son dos. Ahora son tres personas caminando juntas. El nuevo acompañante quiere saber de qué hablan. Porque el camino es un lugar donde podemos expresar nuestras emociones. Donde podemos decir que tenemos las esperanzas rotas. Donde podemos preguntarnos por el origen de nuestras tristezas.

Y el desconocido comienza a hablar. Y entonces las pérdidas, la culpa y el miedo cobran otro sentido. Dejan de tener el significado que nosotros le habíamos dado. Si leemos con los dos ojos el texto descubrimos que el desconocido que se les aparece en medio del camino comienza escuchando lo que los caminantes tenían que decir y después, sólo después, les reinterpreta el concepto de la esperanza a la luz de las Escrituras. Jesús no hace gala de sus opiniones personales, no hace un análisis exhaustivo de la realidad como un especialista. Jesús se muestra enérgico, es directo y nada sentimental. Jesús, el resucitado usa las Escrituras para hacerles ver la realidad con otros ojos. Jesús sabe que lamentarse constantemente por las perdidas es mucho más fácil que enfrentar la realidad.

A medida que escuchan al desconocido algo comienza a cambiar en los dos caminantes. Ahora retoman la esperanza y comienzan a dar signos de alegría. Ahora regresar a casa no es un único camino. No es una única opción. Ahora la casa se convierte en un lugar donde se puede recibir a los que llegan de lejos. En un espacio de acogida. En un lugar donde se puede escuchar al otro.

¿De dónde vienen nuestras tristezas? De no escuchar al otro. No ser escuchado. De no acoger. De no ser acogido. Jesús lo sabe y por eso acepta la invitación de los dos caminantes a entrar en su casa. Y se sienta a la mesa. Se miran como si se conocieran. Entonces sucede algo nuevo, el que es invitado a comer se convierte en el anfitrión. Ahora es su casa. El que había sido invitado es el que invita. Y les invita a tener comunión con él mientras parte el pan. Y esa manera de partir el pan les resulta muy familiar. Era como su maestro compartía el pan.

Les invitaría a leer el pasaje, en casa, hasta el final de la historia. Porque ahora todo ha cambiado. Los que estaban tristes ahora tienen caliente el corazón. Una alegría les toma por asalto. Sin duda: ¡Christos anesti!. Si, Jesús está vivo. Ahora tienen algo que decir a los demás. Algo importante. Los once discípulos que están escondidos y tristes en Jerusalén deben de saberlo. Y sin quitarse el polvo del camino vuelven a cerrar la puerta de casa e inician el camino de regreso a Jerusalén. Regresan a la comunidad.

Querida iglesia: Antes estábamos preocupados y llenos de inquietudes. Pero los encuentros con Jesús nos han dado otra perspectiva sobre lo que acontece en nuestro mundo. No nos quedemos en los lamentos. Ahora podemos volver a tomar el pan en el nombre de Jesús. Ahora sabemos que todo no está perdido. Porque el ha venido a ofrecer su corazón. Si alguien les pregunta en qué parte del camino están pueden decir sin tapujos: ¡Estamos regresando a Jerusalén! ¡Estamos regresando a donde están nuestros hermanos!

No sé en que parte del camino están muchos de Uds. pero el hecho de que nos podamos encontrar en mañanas como esta y nos podamos consolar habla de que tenemos caliente el corazón. Bienvenidos al camino, querida iglesia. Y es que los caminos nos cambián a todos de alguna manera.

Augusto G. Milián 

 

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