Insondable


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Insondable es una palabra que uso poco. Y explica nada más y nada menos la capacidad de algo que es muy profundo. Tan profundo que no se puede alcanzar su fondo. Cuando los teólogos quieren hablar del Sr. Dios dicen que los caminos de Dios son insondables. Esta una frase que he escuchado muchas veces, tanto en un banco de una capilla como en una tertulia literaria en el Café Universal.

Pero en realidad es un intento de expresar, en un lenguaje popular y con palabras, que muchos aspectos de nuestra vida son difíciles de controlar de antemano. Los caminos del Sr. Dios son insondables cuando de repente me encuentro con el amor en un lugar inesperado. Los caminos del Sr. Dios son insondables cuando aparece una persona de la nada y acabará por convertirse en un amigo para el resto de nuestras vidas. Los caminos del Sr. Dios son insondables cuando me llegan esas palabras llenas de gracia y de sanidad cuando más las necesitaba porque estaba golpeado y desnudo en la cuneta del camino que hay entre Jerusalén y Jericó.  

Después de la muerte de Jesús no todos los discípulos se esconden y cierran las puertas con una tranca. No todos se marchan a Emaus. Algunos salen a pescar. Y es que no se nos ha de olvidar que algunos de los discípulos eran pescadores antes de tropezarse con Jesús y ahora están nuevamente sobre un barco y con redes en las manos. Por lo tanto tendremos que reconocer que no es nada raro volver a nuestras rutinas, a lo que conocíamos de antemano después de experimentar días agitados, días de dolor, días de pérdidas. No deberíamos echarle en cara a los discípulos que se retiraran a donde nadie les reconociera después de ver a Jesús atado de pies y manos, crucificado y sepultado en una cueva. Nosotros nos parecemos demasiado a los discípulos de Jesús. Algunos de nosotros lo podemos reconocer. Otros no se dan permiso.

Siguiendo la historia que se nos narra el último evangelio, el de Juan, sabemos que los discípulos no son capaces de pescar ningún pez. Y desde la barca ven que en la playa hay alguien, pero no son capaces de reconocer de quien se trata. La persona que esta en la orilla les grita  que intenten lanzar la red al otro lado de la barca. Ellos hacen lo que les dice y la red entonces se llena de peces. Es solo ahora que algunos comienzan a sospechar que se trata del Maestro. ¿Es Jesús? Uno de ellos salta al agua y se apresura a bajar a tierra. Y si, allí está Jesús sentado junto al fuego, con algunos peces sobre el fuego. Como si tuviese todo el tiempo del mundo entre sus manos para estar con las persona que quiere.

Los caminos del Sr. Dios son insondables. Pero nosotros seguimos intentando llegar al fondo de todo lo que nos anuncian por la televisión día tras día. Así que nos entretenemos especulando sobre por qué había ciento cincuenta y tres pescados, o por qué se nos anota que la red no se rompió con tanto peso, o por qué no lo reconocieron de inmediato. En realidad nos gustan las preguntas. Sobre todo las preguntas secundarias.

Y es que las preguntas importantes nos asustan. Nos enmudecen. Nos cambian. Y cuando tenemos un corazón de piedra nos negamos a los cambios. El Sr. Dios es insondable y por eso hace que el lugar que habitamos sea sagrado. El Sr. Dios es insondable y por ello nos inunda de calma en medio de un mundo abarrotado de aflicciones. El Sr. Dios es insondable y nosotros oramos para tener un corazón de carne.

Augusto G. Milián

 

 

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