La invitación


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Vivimos días donde deberíamos estar escondidos. Vivimos tiempos donde se espera que tengamos una fe personal y secreta.

El mundo que habitamos es una geografía con espacios crudos. Con espacios ásperos. Si, lleno de olores y de sabores, pero también inundado de dolor y de oscuridad. Algunos de nosotros lo hemos experimentado. Algunos de nosotros lo tratamos de olvidar.

En la cultura que viven los discípulos se valora mucho la riqueza, el poder, la influencia y el control. Los discípulos creen que si estas cosas se poseen o se atesoran los hombres y las mujeres serán personas felices. Pero los discípulos están equivocados.  Necesitan crecer. Han de madurar. Y para ello han de abandonar los alimentos de niños.

Jesús sabe que  la gente no alaba generalmente una comida por estar salada y que sin embargo muchos echarán de menos la sal si está ausente. Jesús sabe que la luz es importante. Es definitoria. Así que señala a las pequeñas cosas para enseñar los valores más trascendentes. Los que no vemos. Los que olvidamos.

Cuando Jesús habla de la sal y de la luz. Está hablando de ti y de mí. Está tratando de explicar como será la iglesia del futuro. Pero también como debe ser la de hoy. Y la invitación es doble: Sé valiente, a pesar de tus dudas. Sé diferente a pesar de tus insuficiencias.

Seamos valientes. Seamos diferentes.

Lectura del evangelio de Mateo 5: 13-16

Ustedes son la sal de este mundo. Pero si la sal deja de estar salada, ¿cómo podrá recobrar su sabor? Ya no sirve para nada, así que se la tira a la calle y la gente la pisotea. Ustedes son la luz de este mundo. Una ciudad en lo alto de un cerro no puede esconderse. Ni se enciende una lámpara para ponerla bajo un cajón; antes bien, se la pone en alto para que alumbre a todos los que están en la casa. Del mismo modo, procuren ustedes que su luz brille delante de la gente, para que, viendo el bien que ustedes hacen, todos alaben a su Padre que está en el cielo.

Oración

Señor de la mañana:

Mi oración en este día que comienza es una sola: ayúdame porque yo sólo no puedo. Por Jesús, con Jesús, en Jesús. Amén ///

Augusto G. Milián

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico