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¿Recibierón ustedes al espíritu Santo cuándo creyeron?


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hay días que creemos que nuestra iglesia tiene problemas insalvables. Pero si nos acercamos a las Escrituras nos tropezamos con más de una iglesia en serias dificultades. Sin duda la iglesia de Efeso las tenía. Esta comunidad precisaba de dos cosas: necesitaban corregir su conocimiento acerca del Espíritu Santo. Y necesitaban experimentar el poder del Espíritu Santo.

A pesar de veinte y un siglos de catecumenado, a pesar de las muchas predicaciones de los pastores y misioneros, a pesar de que hoy más que nunca las Escrituras están al alcance de cualquier persona, de cualquier lengua y que hasta las puedes llevar en tu telefono, a pesar de que todos estamos conectados a la red y podemos buscar aquí y allá, la iglesia cristiana siempre ha tenido y tiene entre sus miembros profesantes a personas que como los discípulos de Efeso no han oído hablar del Espíritu Santo. Muchos creyentes de muchas denominaciones cristianas están como ellos. Han escuchado algo impreciso sobre el Espíritu Santo.

Si miramos la historia de la iglesia veremos que desde muy temprano se trata de domesticar al Espíritu Santo y hacer de él algo que otorgaba la iglesia. O si bien se tenía la idea de que el Espíritu Santo era una influencia perturbadora. Así que muchas veces nos podemos encontrar confesándole de labios hacia fuera, pero en la práctica es encerrado entre las páginas de las Escrituras, para que no nos moleste en el trajín cotidiano. A comienzos del s. XX los cristianos pentecostales eran minoría. Hoy son más de doscientos ochenta millones por todo el mundo. En nuestra ciudad son las asambleas cristianas más numerosas.

¿Qué hemos de hacer entonces los cristianos con el Espíritu Santo? ¿Por dónde comenzamos? Debemos recordar que somos simples hombres y mujeres hablando sobre el Sr. Dios y que nos resulta dura cosa saber todo de él a no ser que sea el propio Espíritu quien nos lo  revele. Así que la propuesta primaria que quiero compartir es que nos fijemos en la revelación que se hace desde las Escrituras como si fuera una representación teatral. Una obra en tres actos.

Acto primero. Desde el huerto del Edén a los tiempos de los profetas.

Esta es una etapa muy prolongada en el tiempo. Incluye toda la historia de Israel hasta el anuncio de la llegada del Mesías. La Ley, los profetas y los escritos, según las tres divisiones de las Escrituras judías, se ponen de acuerdo para decirnos algunas cosas: Hay un Dios. Y no tiene rivales. Esto lo aprendió Abraham cuando vivía en el politeísmo. Y lo tuvo que aprender Israel durante veinte siglos. Y por ellos el Templo con su Lugar Santísimo proclamaba lo impronunciable del nombre de Dios y su naturaleza inescrutable. Allí habitaba el Creador y que se había dado a conocer a la nación de una peculiar manera.

Pero la mayor desgracia llegó cuando el ejército de Nabucodonosor II toman Jerusalén, destruyen el Templo y se llevan al exilio los hombres y mujeres más ilustres. Comienza la época de los profetas.

Acto segundo. Desde Belén hasta el domingo de Resurrección

Pero el que tenía el nombre impronunciable y que estaba lejos del corazón de los hombres y mujeres de Israel se hace presente. Los que conocieron a Jesús de Nazaret, los que caminan con él, los que le vieron hacer milagros, los que le vieron morir y se sorprendieron con su resurrección estaban seguro de una cosa: este hombre conocía a Dios.

La creencia subyacente es que el Dios verdadero, estaba sobre ellos ya no sólo como el Creador, sino que ahora estaba entre ellos manifestándose como un hombre e intentando rescatarles.

Acto tercero. Desde Pentecostés hasta hoy.

 Nosotros vivimos en este tiempo. Un tiempo que comenzó el día de Pentecostés y que no acabará hasta la consumación de la historia de la salvación y los propósitos de Dios. El Dios creador, el Dios que se había hecho en Jesús ahora estaba dispuesto a entrar en la vida de los hombres y mujeres de la iglesia. Lo que los creyentes experimentan en Pentecostés era consecuencia de la actividad de Dios, así que no titubearon en hablar de la acción del Espíritu de Dios o del Espíritu de Jesús. Jesús era ahora el elemento que unía la luz del Antiguo Testamento y la realidad de la iglesia aquí y ahora.

A pesar de los inconvenientes de buscar la comprensión de elementos de nuestra fe, hoy estamos aquí para iniciar ese camino. Queremos poder explicar lo que decimos cuando proclamamos a los cuatro vientos: Creo en el Espíritu Santo. En los próximos domingos nos entregaremos a esta labor. Y haremos esto a la luz de la perspectiva que nos ofrece Jesús, el autor y consumador de nuestra fe. Y quien antes de marcharse nos anunció que no nos dejaría solos. Querida iglesia. No estamos solos. El Espíritu Santo nos acompaña. (Continuará) 

Augusto G. Milián

 

 

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