No temas a las opiniones ajenas


 

 

 

 

 

 

 

 Pensando en voz alta

Todos tenemos opiniones. Y las opiniones son nuestras y de nadie más. A medida que crecemos, porque todos debemos crecer, lo saludable sería que cambiemos de opinión. Pero no, hay personas que no se dan permiso para cambiar de opinión. Y a la vez, también sucede que la mayoría de las veces las mejores opiniones que albergamos son de cosas que no conocemos. Que nos son desconocidas. Que están lejos. A las opiniones  ajenas no hay que temerles, sino que tendríamos que temer a los que esconden sus opiniones tras las máscaras de la apariencia.

Ante los milagros que realiza Jesús solemos asumir dos actitudes muy extremas: nos asombramos o los rechazamos. Una nos pone en ese espacio de tierra sagrada donde el cielo se abre sobre nosotros y el  Sr. Dios actúa con gracia y dadivosidad y la otra nos sitúa en una geografía donde la crítica y la negación hacen de las suyas sin muchos miramientos. Estas actitudes también la experimentamos los discípulos más temprano que tarde. Y es que también los discípulos tienen opiniones.

Con los años los discípulos hemos aprendido a simpatizar con los que expresan una opinión semejante a la nuestra y tratar de herejes a los que opinan diferente a nosotros. Pero esto nunca fue una enseñanza de Jesús ni es algo que se espere del Reino de los cielos. Es algo que la tradición nos impuso. Y que se ha convertido en un yugo pesado de llevar para ti y para mí.

Lectura del evangelio de Mateo 9:32-34

Mientras los ciegos salían, algunas personas trajeron a Jesús un mudo que estaba endemoniado. En cuanto Jesús expulsó al demonio, el mudo comenzó a hablar. La gente, admirada, decía:¡Nunca se ha visto en Israel una cosa igual! Pero los fariseos decían: Es el propio jefe de los demonios quien le ha dado a éste el poder de expulsarlos.

Escucha Señor nuestra oración

Señor de la vida

Queremos mostrarnos compasivos. Aspiramos a tratar a los demás como nos gustaría que nos tratarán a nosotros mismos, pero muchas veces actuamos y reaccionamos desde las emociones y las opiniones personales.. Y erramos. Y nos equivocamos. Y entonces el dolor toca a nuestra puerta.

Que las Escrituras alumbren mi camino. Que el Espíritu Santo traduzca lo que leo en mi mente y en  mi corazón. Porque en Jesús nosotros esperamos. Amén ///

Augusto G. Milián

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