Vencer el mal haciendo el bien


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Las impresiones son los efectos que las personas o que las cosas que experimentamos nos producen en nuestro cuerpo y en nuestra alma. Son como huellas que quedan en nosotros y que llevamos a donde vamos como si fuera un equipaje. Nosotros somos personas impresionables. Por eso los recuerdos y las tradiciones a veces nos manipulan. Otras veces nos asientan. Nos acallan. Hay impresiones buenas y hay impresiones que nos dejan un mal sabor en la boca. Como el aceite de hígado de bacalao que tomábamos cuando éramos niños.

Los discípulos leemos los evangelios cada mañana para crecer en nuestra compresión de Jesús. Leemos para ser como Jesús. Pues un discípulo no es otra cosa que alguien que está dispuesto a aprender y a imitar a su maestro.

Los evangelios nos narran que Jesús habla con autoridad y la gente le escuchaba. En otras palabras Jesús tocaba sus corazones. En Jesús no encontramos la separación entre las palabras que se dicen y las obras que se hacen. Esto es más propio de los hombres y las mujeres. Sino que su autoridad se mostraba también en sus acciones. En sus gestos. En la manera que trataba a las personas que sufrían. Para Jesús la compasión es una señal inequívoca de autoridad, pero esta es una enseñanza que nosotros hemos olvidado.

El mal de nuestro mundo hace todo lo posible por hacernos sentir solos. Hace todo lo posible por musitarnos al oído que nadie nos quiere. Hace todo lo posible por echarnos en cara que no servimos para nada. Al mal le gusta tomar posesión de nuestros corazones. Pero Jesús no le teme al mal de este mundo. Por eso con voz firme le ordena al mal para que todos le escuchemos: ¡Vete de aquí!¡Yo he venido a vencer el mal haciendo el bien!

Lectura del evangelio de Lucas 4: 31-37

En aquellos días Jesús fue a Cafarnaúm, un pueblo de Galilea, y los sábados enseñaba a la gente. Y la gente se admiraba de cómo les enseñaba, porque hablaba con plena autoridad.  En la sinagoga había un hombre que tenía un demonio o espíritu impuro, el cual gritó con fuerza: ¡Déjanos! ¿Por qué te metes con nosotros, Jesús de Nazaret? ¿Has venido a destruirnos? Yo te conozco, y sé que eres el Santo de Dios.                                              Jesús reprendió a aquel demonio, diciéndole:¡Cállate y deja a este hombre!                                                                                                                                     Entonces el demonio arrojó al hombre al suelo delante de todos, y salió de él sin hacerle ningún daño. Todos se asustaron, y se decían unos a otros:¿Qué palabras son éstas? Con toda autoridad y poder este hombre ordena a los espíritus impuros que salgan, ¡y ellos salen!                                                                                                                                         Y se hablaba de Jesús por todos los lugares de la región.

Escucha Señor nuestra oración

Antes que acabe el día, que yo pueda escuchar tu voz, Señor. Llena mi alma con las impresiones del Espíritu Santo, que las voces de este mundo no sean las únicas que yo pueda oír. No nos dejes solos, Jesús. No nos dejes. Amén

Augusto G. Milián

 

 

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