¿Por qué Job me resulta tan familiar?


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

La historia del hombre, Job, que hoy comenzamos a leer nos resulta muy familiar para algunos de nosotros. Podríamos decir que es la historia de muchas personas. Es la historia de las ganancias y de las pérdidas. De las alegrías y de las penas. De la solidaridad y del egoísmo. Esta es una historia sobre la vida y la muerte. Y es que muchos de nosotros experimentamos en esta vida pérdidas. A veces de una manera brusca. Otras de una manera lenta. Pero más temprano que tarde las pérdidas tocan a la puerta de nuestro corazón.

A medida que cumplimos años vamos perdiendo nuestra juventud y no podemos hacer nada por detener el proceso de envejecimiento. De nada nos sirve las cirugías, las cremas, una alimentación específica o los ejercicios cotidianos. También perdemos nuestros sueños. Si miramos atrás podremos descubrir anhelos que tuvimos y que ya no nos acompañan.

Si, las pérdidas forman parte de nuestra vida. La muerte de nuestros padres, los cambios laborales, cambiamos de casa, cambiamos de país, nuestros hijos crecen y perdemos mucho control sobre ellos. Como podemos ver todos experimentamos pérdidas menores o mayores. Todos.

Y si esto no fuera ya de por si suficiente, hay hombres y mujeres que pierden la idea que habían venido atesorando sobre el Sr. Dios y sobre la iglesia. Lo primero es doloroso. Lo segundo puede ser una bendición.

¿Quién era Job? Era una especie de Amancio Ortega en aquellos días. Exageradamente rico. Las Escrituras hacen un balance de todas sus riquezas  y propiedades. Hoy en día estaría en la portada de algunas revistas. Pero también se nos dice que era un hombre muy piadoso. Caminaba con el Sr. Dios. Pero de pronto, todas las fuerzas del mundo se ponen en su contra. Un día que había comenzado siendo normal acaba con Job reducido a la pobreza y sin familia. Pero Job nunca culpa a Dios de su infortunio. Y entonces llega la enfermedad de la piel que lo consume. Job se muda a las afuera de la ciudad. A un basureo. Donde vivían los marginados.

¿Por qué esta historia es tan desconcertante? Pues porque lo que sufre este hombre no se lo merece. Job era inocente.

El sufrimiento es diferente en cada familia. En cada cultura. Es en el seno de la familia que aprendemos a lidiar con el dolor. Según vimos a nuestros padres enfrentar la perdida así haremos nosotros. Pero también la cultura nos domestica. No es lo mismo expresar el duelo en un país del norte que en uno del sur.

En nuestra cultura la mejor manera de combatir las perdidas es mediante las adicciones. Ellas nos ayudan a soportar el dolor. Miramos televisión sin cesar, estamos pendiente de cada sonido que emite el móvil, vamos corriendo de una actividad a otra, comemos más de lo que deberíamos, tomamos medicamentos para dormir, buscamos personas o cosas para que nos arranquen de nuestras soledades. Como por ejemplo, una amistad, un matrimonio, una familia ideal, una casa decorada segundas últimas tendencias, unos hijos, unos objetivos laborales o una iglesia. Pero minimizar nuestras heridas no es algo que a lo largo nos de felicidad sino que nos vuelve más sensibles.

Una lectura infantil de las Escrituras nos lleva a tratar al dolor y las perdidas con mucha superficialidad. Nos sentimos culpables por no poder cumplir con todos los mandamientos, como por ejemplo estén siempre alegres, Fi. 4.4 o preséntense ante el Señor con cánticos de júbilo, Salmo 100:2. Pero la realidad es que no todos los días estoy alegre y no todos los domingos vengo a la iglesia con ganas de cantar.

Job nos muestra ciertos principios prácticos de cómo mostrar el dolor en la familia.

 

a.     Hay que prestar atención. En nuestra eclesiología hay poco espacio para expresar el dolor y las pérdidas. Sin embargo Job no se reprime. Grita. Maldice el día que nació. Le dice a Dios como se siente.

b.    Esperar. A nadie le gusta esperar. Sobre todo esperar en medio de la confusión. Cuando no tenemos clara las ideas. Cuando las palabras de los demás nos hacen más daño que bien. Los amigos que vienen a acompañar en el duelo a Job representan la religión legalista. Ellos creen que si a Job le ha ido mal es porque habrá hecho alguna cosa que enojó a Dios. Pero esta es una manera infantil de responder ante el dolor. En realidad Job era inocente.

c.     Aceptar los límites. ¿Conocemos nuestros límites? Algunos dirán que si. Otros que no.  Sólo cuando reconocemos nuestras limitaciones es que estamos en condiciones de pedir ayuda a Dios. Jesús tiene todos los dones, quizás tu crees tener cinco o siete, pero Jesús los tiene todos. Tenemos que reconocer nuestros límites

d.    Subir por la escalera: Solo después de mucho tiempo Dios habla con Job. Job decidió ser humilde ante que convertirse en acusador, como habían hecho sus amigos.

Hay mucho beneficio en la humildad, pero la mayoría de nosotros no tenemos paciencia para verlos. Y es que dedicamos mucho tiempo y energía en enumerar nuestras perdidas cotidianas. El mayor beneficio es establecer una relación fuerte con Dios. Caminar con él. Y esto nos obliga a pasar de un modelo de oración donde decimos dame, dame, dame a otro modelo donde podemos decir hágase tu voluntad. Pero para decir estas palabras necesitamos ser transformados.

Querida iglesia. Nuestras pérdidas son reales. Son nuestras. Pero el Sr. Dios también es real y hoy viene a llamarte por tu nombre y el mío. Y esta es nuestra esperanza.

Augusto G. Milián

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico