Vivirá para siempre


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hoy es el duodécimo domingo después de Pentecostés, y nuestro texto para la predicación es Juan 6: 51–58. Durante varios domingos de este mes se va leyendo el capítulo 6 del evangelio de Juan, en torno al milagro de la multiplicación de los panes y peces, en el cual todos pudieron comer.

Este milagro es el único que se relata en los cuatro evangelios, e incluso se habla de dos ocasiones en las cuales Jesús hace el milagro (Mateo y Marcos hablan de dos milagros de multiplicación de los panes [Mt 14: 13–21; 15: 32–39; y Mr 6: 30–44; 8: 1–10]).

Esto muestra la gran importancia que tiene la señal de la alimentación de mucha gente, que conduce a las palabras de Jesús en el evangelio de Juan, que dice “Yo soy el pan que da vida” (Juan 6: 35).

¿Cómo se entendía este milagro por parte de las comunidades cristianas del siglo I y siglo II, cuando escuchaban este texto del evangelio, en sus reuniones? Pues se entendía en el contexto de una práctica donde se compartía el pan de manera real, es decir llevando cada quien del pan que tenía en casa, para compartirlo con los demás.

No todos llevaban la misma cantidad, ni todos llevaban de la misma calidad de alimentos, e incluso había quienes no podían llevar nada, debido a su vida precaria. Pero nadie se quedaba con hambre, nadie se marchaba con las manos vacías.

Para los cristianos que leían los evangelios, este relato de la multiplicación de los panes y los peces, les recordaba que Jesús había obrado el milagro de repartir lo que se tenía, de partir lo que uno tenía y compartirlo, para que nadie se quedase con hambre. Y los cristianos entendían que en esa acción se hacía presente el Señor, se hacía presente el Espíritu del resucitado.

Claro, nosotros estamos muy lejos de ese tiempo, y lejos de esa experiencia, porque vivimos en una sociedad donde cada quien debe confiar en sus propios recursos. Para nosotros es vergonzoso pensar en la dependencia, porque se nos enseña que solamente la auto suficiencia es lo que nos aleja de la situación de los perdedores, de los losers del mundo.

Sin embargo, para el evangelio (y para aquellos cristianos que lo leyeron al inicio) es precisamente al revés: solamente cuando no somos auto suficientes es cuando comprendemos que el pan compartido es pan de vida. Por el contrario, el pan que se come sin ese sentido de comunidad se convierte en el pan viejo que tiene la misma dureza de un corazón sin prójimo.


Y esto significa que el evangelio nos quiere recordar que estamos expuestos al olvido y a la muerte de un pan envejecido, de un pan del que nos creemos dueños absolutos, y que no queremos compartir con nadie más.

Esta es la enseñanza del evangelio, cuando nos habla del milagro de los panes: nos enseña que existe el pan envejecido y duro del egoísmo, de la acumulación que se cree dueña de su cosecha y que está siempre ávida de acumular más y más; y nos enseña que, por otro lado, existe el pan compartido, el pan que se reparte, que por el milagro de su partición, se convierte siempre en un pan tierno y sabroso, que alimenta a todos.

Y Jesús mismo es ese pan compartido, ese pan que se entrega sin dudarlo: quien come mi cuerpo vivirá siempre, quien me come vive en mí y yo vivo en él/ella. Es así como la presencia de Jesús se hace compañía para nosotros, en esa experiencia de compartir el pan y compartir la vida. El pastor Gerardo Oberman lo ha expresado bien en un poema, que dice:

Siéntate a nuestra mesa, buen Dios, cada día y compartamos el pan.

Aunque nuestra mesa sea el suelo y nuestro pan sea pan viejo.

Hazte compañero, buen Jesús, cada día y compartamos la vida y los sueños

y las búsquedas y el pan nuestro y el vino.

Quédate cerca, divina Espíritu, cada día

y compartamos la construcción de lo nuevo, de aquello que nace desde abajo,

cuando el pan se comparte, cuando la solidaridad no se olvida

y cuando la esperanza no se pierde. (Desde abajo)

 

Que el Señor nos ayude a llevar nuestro pan a la mesa, para compartirlo con los demás, para que no se endurezca como un pan envejecido de egoísmo.Que Dios nos ayude a encontrar las oportunidades de compartir el pan y de comerlo con gratitud. Que Dios nos bendiga con la vida resucitada del pan verdadero, que es Jesucristo. Amén.

Victor Hernandez

  

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico