El amor puede ser una cosa espantosa


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Hoy quiero comenzar con una pequeña historia.

Había una vez una mujer de la nobleza que le pregunta a un ermitaño: ¿Cómo puedo saber que Dios existe? El le responde que no tiene ninguna explicación, que su certeza viene de practicar el amor hacia los demás. Ella entonces le confiesa que hay días que le gustaría trabajar para los demás, servir a gente que no conoce y vivir de manera sencilla: pero luego recuerda lo ingrata que suelen ser las personas y entonces desiste. Y es que ella no soporta la ingratitud de las demás personas. Por eso busca la manera de encontrarse con Dios.

Entonces el ermitaño le responde: El amor real suele ser una cosa espantosa y dolorosa, comparada con el amor que deseamos en los sueños. De ahí que la mayoría de las personas tengan una idea romántica del amor, pero les cueste ponerse en los zapatos de los demás.

Querida iglesia:

El amor debería estar en el centro de nuestra praxis religiosa. Pero la eclesiología nos dice que no es asi. Y esto es muy fácil de aceptar porque nosotros somos más dados a contentarnos con la ley que con la gracia. Para amar de manera integra, como propone la Escritura se requiere tener una vida emocional adulta y no comportarse como un niño en la fe.

Muchos de nosotros conocemos los mandamientos que se esperan de nosotros. Muchos de nosotros podemos recitar los Diez Mandamientos, pero tenemos un problema. Y no sólo nosotros, sino la mayoría de los hombres y las mujeres que se dicen cristianos: ¡No sabemos como hacerlo!

El texto del evangelio de esta mañana nos muestra a dos hombres en algo tan simple como hacer una oración. Quiero que presten atención al religioso. Es fácil de identificar: su palabrería lo delata. Este hombre conoce la ley y que se siente orgulloso de cumplirla. Pero en sus palabras hay una ausencia total de empatía. De su oración podríamos sospechar que en el mundo están el Sr. Dios y él. El intenta mantener la conexión con el Sr. Dios. El habla del mismo, pero no sabe como conectar con los demás. ¿Podríamos decir que está desequilibrado según los mandamientos? Podríamos decirlo. ¿Que no ha madurado espiritualmente? Podríamos decirlo. ¿Que practica la presencia del Sr. Dios en su vida, pero no sabe como practicar el amor por los demás en sus relaciones diarias? Podríamos decirlo. Pero sean misericordioso con este fariseo, pues albergo la sospecha que a muchos de nosotros nos cuesta conseguir estas dos cosas a la misma vez. En un mismo día. En nuestras oraciones cotidianas.

Los evangelios nos narran que Jesús tiene comunión con el Padre mediante la oración, sino que también es capaz de relacionarse con los demás. Jesús se muestra a ellos. Y esto lo lleva a escuchar sin la necesidad de estar hablando siempre. A mostrar compasión sin esperar nada a cambio. Nada. A disfrutar de la compañía de las personas y de la vida como un regalo.

Por otra parte, los religiosos que acusan a Jesús, no son capaces de hacer esta conexión entre el Sr. Dios y las demás personas. Y por eso no nos debería extrañar que en las primeras críticas que dirigen a Jesús digan que es un glotón y un amigo de los borrachos. En realidad la idea de un Jesús empático molesta. Incomoda.

Pero lo que en realidad nos molesta es que Jesús  ha hecho un resumen de las Escrituras donde integraba estas dos ideas:

 Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con toda tu mente.  Este es el primero y grande mandamiento. Y el segundo es semejante: Amarás a tu prójimo como a ti mismo. De estos dos mandamientos depende toda la ley y los profetas. Mateo 22: 37-40

¿Dónde esta nuestra dificultad? En que miramos al mundo después de mirar nuestros ombligos. En que vemos a nuestras familias, a nuestros amigos, a nuestros compañeros de trabajo y hasta a la gente de nuestra iglesia con nuestros propios ojos sin dar espacio a que el Espíritu Santo haga su trabajo. De ahí nuestra frustración diaria porque la gente no hace lo que nosotros esperamos que hagan. Sino que como nosotros mismos optan por la proclamación de independencia. Del orgullo propio.

¿Cuál es nuestro tropiezo como más común? Que nos hemos atado a la falsa idea, no bíblica, de que los que están a mí alrededor tienen que pensar y actuar como lo hacemos nosotros. Aferrándonos a un falso concepto de unidad y de igualdad. Pero esto no es imitar a Jesús. Esto es ser sencillamente un narcisista. Como el fariseo que esta mañana ora y nosotros podemos escuchar.

¿Cómo identificar a un narcisista en la fe? No es muy complicado. Un narcisista en la fe busca que los demás lo cuiden, pero el no pueden cuidar a nadie. A un narcisista le resulta muy arduo entrar en el mundo de los otros, pero constantemente esperan que los demás le entiendan. Un narcisista pretende ser complacido en todo momento, pero nunca pregunta: ¿Puedo hacer algo por ti? Un narcisista suele usar a las demás personas como si fueran objetos y cuando no les agrada lo que hacen las abandonan o se van a otro sitio. Un narcisista se desmorona antes las dificultades. Un narcisista interpreta los desacuerdos como ofensas personales. Un  narcisista espiritual se siente herido con facilidad. Un narcisista a lo secundario le da mucha importancia.

Esta descripción quizás nos recuerde el comportamiento de alguien inestable e inmaduro. En realidad ninguno de nosotros queremos ser así. Y que a nadie se le ocurra decir que somos ese tipo de personas porque lanzaríamos contra él todas las plagas que asolaron Egipto. Pero la realidad es que algunos bancos en las iglesias están ocupados por este tipo de personas.

Nadie espera que los cristianos sean los mismos de hace diez años atrás. Que digan las mismas palabras, que se atrincheren en las mismas ideas, que se escondan con ese salvapantallas que dice: ¡yo siempre he sido así! La gente no cristiana espera cambios en el comportamiento de los que se dicen cristianos. Pero a veces esos cambios no llegan. O son muy superficiales. Y los primeros que notan nuestro estancamiento son los familiares que tenemos cerca. Los que nos oyen hablar. Los que nos ven actuar. El no crecimiento emocional y espiritual es un símbolo de rigidez. De parálisis. De muerte. Así que cuando Jesús cuenta la parábola del publicano y del fariseo y pone de ejemplo los tipos de oración en realidad está hablando de dos modelos diferentes de creyentes que viven entre nosotros.

Unos han venido vacíos y regresaran a casa como vinieron: vacíos. Otros han venido heridos y cuando salgan por esas puertas habrán experimentado la gracia sanadora del Sr. Dios. Algunas personas vienen a la iglesia buscando amor, pero el amor es una cosa espantosa en realidad. A veces nos aman y nosotros no amamos. Otras amamos y no somos correspondidos. Por eso la idea de amor real es muy dura de asumir y suele ser muy corta en el tiempo.

Querida iglesia: El amor es un milagro. Es un don. Y los milagros no tocan todos los días a muestra puerta. Así que estemos atentos por si alguien llama. Amén.

Augusto G. Milián

 

 

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