No podemos


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Querida hermanos y hermanas:

La cultura en la cual vivimos nos anuncia a bombo y platillo que podemos alcanzar todo con nuestras propias manos y nuestros propios esfuerzos. Pero esto no es cierto. En realidad nosotros no podemos.

El pasaje de Romanos que hoy hemos visto y escuchado describe brevemente la forma en que los reformados enfocamos la ley de Dios. Sostenemos que a ley de Dios es buena. Que la ley es santa. Y que la ley es justa y exige que se la siga. Pero el problema es que para nosotros es imposible ser totalmente buenos, ser totalmente santos, ser totalmente justos cada día de nuestra existencia. Así que debemos ser muy claros en esto a la hora de compartir la fe: no podemos cumplir, con nuestros esfuerzos, la ley de Dios como se nos requiere.

Las Escrituras, en esta mañana, nos aclaran otros aspectos de nuestra praxis evangélica, nos dicen además que no podemos ser salvos por nuestras propias acciones. También, y esto es muy importante, no podemos sostener el criterio de que la ley fortalece nuestra fe cotidiana. Algunos hombres y mujeres parecen vivir de esta idea. Dando a entender de que una vez que somos salvos, el cristianismo se convierte en un sistema que dice cómo debes vivir. Y entonces se llega a creer que el evangelio es bueno para la conversión, pero que se crece en la fe cumpliendo los mandamientos. ¿Cómo podemos responder a esta propuesta? La Escritura dice, y hasta lo hemos leído, que la ley no fortalece nuestra fe. La ley sólo muestra cuan injustos somos. Por tanto hacer buenas acciones no fortalece la fe. Sólo el evangelio lo hace.

Esta comprensión y distinción entre la ley y el evangelio es una de los pilares que aportó la Reforma a la vida de los creyentes. Y a pesar de que debemos hacer todo lo posible para seguir la ley de Dios, reconocemos que no tiene ningún vínculo con nuestra salvación, ni contribuye en nada a nuestra fe. Eso si, la ley nos muestra la necesidad de un Salvador. Es por eso que volvemos una y otra vez al evangelio cada día. Necesitamos de la buenas noticias para seguir respitando en una atmósfera que se nos ha tornado tóxica. Esa es sin duda alguna la razón por la que continuamente anunciamos que Jesús ha muerto en nuestro lugar. Y es por ello que recibimos del Señor Jesús su gracia en la lectura de las  Escrituras y en los sacramentos.

Generalmente, y fijense que digo generalmente, los cristianos sospechan que cuando las cosas van mal, es porque el Sr. Dios les castigue. Y también puede ser fácil de asumir que cuando nos va bien, es porque estamos haciendo las cosas correctas delante del Sr. Dios y por eso nos recompensa. Asi que edificamos un sistema de creencia donde el Sr. Dios cambia a diario. ¿Y cúal es la razón de esta variabilidad? La respuesta entonces es: nuestro comportamiento. Pero este tipo de reflexión a donde nos conduce es al callejón donde su amor depende de nuestras palabras. De nuestro comportamiento. Pero esto no es así.  No podemos compartir esta idea. Como cristianos reformados insistimos que el amor de Dios depende de Jesús, no de ti ni de mí. Y que aún en medio del dolor, algunos de nosotros podremos decir con confianza: Dios me ama, porque soy perdonado. Me ama a causa de Jesús. 
 

Otro aspecto muy relacionado con la salvación es la cuestión del perdón. La tendencia cultural contemporánea llegan a sostener que antes de que Dios otorgue el perdón, los hombres y las mujeres tenemos que perdonarnos a nosotros mismos y entre nosotros. Esto suena bien, pero teológicamente es errado. La oración que Jesús enseño a los discípulos dice lo contrario. El Sr. Dios te perdona sólo por Jesús y sólo la gracia del Sr. Dios es necesaria para obtener el perdón.

En nuestra tradición enseñamos a los catecúmenos que hacemos buenas acciones, porque Jesús nos ha liberado para hacerlas. Además, reconocemos que las buenas obras nos traen beneficios temporales. Por ejemplo en el ámbito familiar ayuda a establecer una buena relación entre padres e hijos. Pero, también enseñamos que el Sr. Dios no puede amarnos más de lo que ya lo hace. Y no puede amarnos más porque ya nos ama plenamente. Muestra de eso es que ofreció a Jesús para morir en la cruz por cada uno de nosotros. En Jesús estamos justificados, ya somos perdonando. Quizás alguno en este día puede entender porque decimos con tanta confianza al terminar nuestras celebraciones: Jesús es el cordero de Dios que quita la maldad del mundo.

Este es nuestro consuelo. este es nuestro sostén: saber que el amor del Padre depende de la obra de Jesús. Porque si dependiera de nuestras acciones nunca podíamos estar seguros de que hemos hecho lo necesario. Por lo tanto, nos alegra confesar en este día que conmemoramos la Reforma que ningún ser humano es justificado delante de él, por la ley, sino por la fe. Pero aun más, hacemos una fiesta para anunciar que el evangelio de la gracia nos anuncia que somos justificados mediante la redención que es en Cristo Jesús. 

En otras palabras, queridos hermanos y hermanas, sólo por el amor de Jesús es que nos han sido perdonados todos nuestros pecados. A ti y a mí. Esta es nuestra esperanza. Este es nuestro castillo fuerte. Amén ///

Augusto G. Milián

 

 

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