No es un tiempo para encender luces


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Adviento no es un tiempo para encender luces solamente. Adviento es, sobre todas las cosas, un tiempo para cambiar el corazón.

Nuestros nombres dicen algo de nosotros. Hablan sobre todo de la persona que queremos llegar a ser y no sólo de la que sencillamente somos aquí y ahora. El nombre, es también, lo primero que queremos saber cuando nos encontramos con alguien desconocido. Como si en esa respuesta tuviéramos sintetizadas las características de la otra persona. Como si por saber su nombre pudiésemos ver su corazón y tocarle.

Pero hay otra realidad que permanece ignorada. O escondida. Antes que nuestros padres pronunciaran nuestro nombre, antes que nuestros hermanos y parientes nos llamaran así, ya el Sr. Dios había pronunciado nuestro nombre. Las Escrituras dicen que Él nos llamaba por nuestros nombres cuando estábamos en el vientre de nuestras madres.

Los hombres y las mujeres siempre han intentado acercarse a Dios, o algo que se le parezca, y le llamaban por su nombre o por un nombre que hablara de cómo debía ser ese dios. Pero la mayoría de los intentos han obtenido el silencio como respuestas. Y es que nadie puede encontrar al Sr. Dios por capricho o por mandato. En realidad es el Sr. Dios quien sale al encuentro de los hombres y las mujeres. Los discípulos ahora sabemos.

Cuando alguien me pregunta. ¿Qué es el discipulado? Suelo dar una respuesta corta y sencilla. El discipulado cristiano es el llamado que hace Jesús para iniciar un camino. Pero también es nuestra manera de responder a su voz.

Y es que cuando Jesús pronuncia tu nombre o el mío nuestro mundo puede ponerse patas arriba. Cuando Jesús nos llama por tu nombre o el mío es para cambiar nuestros corazones. Porque Jesús sabe de antemano que con un corazón de piedra no se llega lejos. No se tiene paz. No se puede caminar sobre las aguas.

 Lectura del evangelio de Mateo 4,18-22

Iba Jesús paseando por la orilla del lago de Galilea, cuando vio a dos hermanos: Simón, también llamado Pedro, y su hermano Andrés. Eran pescadores, y estaban echando la red en el lago. Jesús les dijo: Venid conmigo y os haré pescadores de hombres. Ellos dejaron de inmediato sus redes y se fueron con él. Más adelante vio a otros dos hermanos: Santiago y Juan, los hijos de Zebedeo, que estaban en la barca con su padre, reparando las redes. Los llamó, y ellos, dejando en seguida la barca y a su padre, lo siguieron.

Escucha Señor nuestra oración

Señor y Dios:

En esta mañana de Adviento, te pedimos que prepares nuestros corazones para que seamos capaces de recibir a Jesús sin temores.  Que seamos capaces de reconocer la voz de Jesús en medio de tantos ruidos. Y que podamos poner una luz en la ventana como señal de bienvenida al que está perdido.  Porque Jesús, sólo Jesús quien nos llama por nuestros nombres. Amén

Augusto G. Milián

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