Tú nunca caminas solo


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

A ti te digo: No pretendas encontrar al Sr. Dios en una iglesia si donde lo has perdido es en tu corazón.

Hay creyentes que dedican muchas energías y muchos días de su vida a intentar encontrarse con el Sr. Dios. Pero esta es una búsqueda errada. Es un mal planteamiento oara comenzar un camino. En realidad ningún hombre o ninguna mujer puede decir con certeza: yo iba caminando y me tropecé con Dios. Y no lo puede decir, por la sencilla razón de que el Sr. Dios no es una piedra que está en medio del sendero. En verdad el Sr. Dios nunca ha estado perdido. La realidad, que nos toca a la puerta y al alma, es que somos nosotros, los hombres y las mujeres, quienes nos perdimos. Nos extraviamos entre la maleza y el bullicio y no supimos volver a casa. Y nos fuimos lejos.

Los discípulos suelen experimentar el miedo, la ansiedad y la soledad cuando se sienten perdidos. Esta es una sensación desagradable que se puede probar en carne propia cuando estamos distantes de la casa, cuando se levantan muros con la familia, cuando nos alejamos de la comunidad que nos limpió las heridas con vino y las curo con aceite.

Pero Jesús  está empeñado hoy en que retengamos imágenes de Dios que nosotros hemos olvidado. Porque el primer amor es muy corto. Porque el olvido es muy largo. Jesús pretende, aun hoy, que tengamos presente que es el Sr. Dios quien sale a buscarnos. Quien nos encuentra. Quien nos cuida. Quien no tiene en cuenta cuan lejos nos fuimos un día. Quien ha decidido olvidar cuánto nos hemos equivocado.

A esos que hoy caminan sospechando que van solos entre las ráfagas del cierzo y del invierno. A esos que tiemblan ante los días de oscuridad que se avecinan. A esos que se han olvidado que es Adviento y que hay una luces encendidas en mi ventana. A ellos les recuerdo: tú nunca caminas solos. Tú nunca caminas solo. Nunca. 

Lectura del evangelio de Mateo 18:12-14

 ¿Qué os parece? Si un hombre tiene cien ovejas, y se descarría una de ellas, ¿no deja las noventa y nueve y va por los montes a buscar la que se había descarriado? Y si acontece que la encuentra, de cierto os digo que se regocija más por aquella, que por las noventa y nueve que no se descarriaron. Así, no es la voluntad de vuestro Padre que está en los cielos, que se pierda uno de estos pequeños.

Escucha Señor nuestra oración

Padre: que esta porción de las Escrituras, en esta mañana me siga animando. Me siga sorprendiendo cada vez que la escucho. Que hoy me pueda alegrar porque me dice lo que tú eres capaz de hacer por mí que soy pequeño.  Y que un día me fui lejos.                                                                                                                                                              Señor, gracias, porque cuando estaba perdido tú me encontraste. Me encontraste. Tú, sólo tú. Amén.

Augusto G. Milián

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico