Lo que ahora no vemos


 

 

 

 

 

 

 

 Pensando en voz alta

Algunas personas me preguntan qué es lo más importante en nuestra tradición: ¿el viaje o el destino? Yo albergo la sospecha que no es ninguno de los dos, sino que es la compañía. Y es que no hay nada como una buena compañía para hacernos soportable y sorprendente todo camino aunque en él haya espinos y haya lágrimas.

La capacidad de asombro puede hacer mucho por nosotros. Puede hacer, por ejemplo, que se nos ponga la carne de gallina o que nos atrevamos a hacer una declaración de fe en medio de la gente.  Lo primero es lo más común, dado que vivimos en una cultura que alimenta el estrés colectivo. Lo segundo puede hacernos tropezar con la felicidad, con la generosidad y hasta con el pensamiento crítico. Al final somos nosotros quien tendremos que hacer la elección. Elegir entre la vida y la muerte que ha sido puesta delante de nosotros.

Las sinagogas comenzaron a tener una finalidad apreciable durante el siglo I de nuestra era. Allí se reunían los judíos para celebrar, para estudiar y para debatir. No será por casualidad entonces que los evangelios narren la visita a una de ellas de Jesús. Las sinagogas eran un lugar para aprender. Y Jesús lo sabía. Pero Jesús no interpreta o cita lo que otros maestros han dicho en el pasado, sino que ofrece una nueva manera de enseñar. Una nueva forma de acercarse a las Escrituras. Y lo hará con autoridad. Porque la finalidad del Reino de los cielos es mostrar a los cuatro vientos la victoria sobre la muerte y el mal. Y esta es la buena noticia.

Para los primero discípulos Jesús es un libertador. Alguien que está dispuesto a romper toda cadena de esclavitud, ya sea impuesta por el las fuerzas del Universos o por las tradiciones humanas, para que los hombres y las mujeres disfruten de la libertad. Porque Jesús sabe que no hay vida sin libertad. No la hay. Pero nosotros no lo tenemos tan claro.

En nuestro mundo la sorpresa, la mayoría de las veces, está siendo doblegada por la autoridad. Está siendo arrinconada. Unas veces por la autoridad de la educación que recibimos. Otras por la autoridad de las opiniones que almacenamos. Y casi siempre, por la autoridad del poder imperante. Pero esto no será siempre así. Ahora viene lo mejor.

Un día podremos ver lo que ahora no vemos. Entender lo que nos está velado. Un día hasta podremos hacer uso de la generosidad sin esperar nada a cambio. Nada. Ese día seremos instrumentos de la sanidad y de la libertad. Hoy no, pero un día si. Esta es nuestra esperanza.

Lectura del evangelio de Marcos 1: 21-28

Se dirigieron a Cafarnaún y, cuando llegó el sábado, Jesús entró en la sinagoga y se puso a enseñar. Todos quedaban impresionados por sus enseñanzas, porque los enseñaba como quien tiene autoridad y no como los maestros de la ley. Estaba allí, en la sinagoga un hombre poseído por un espíritu impuro, que gritaba: ¡Jesús de Nazaret, déjanos en paz! ¿Has venido a destruirnos? ¡Te conozco bien: tú eres el Santo de Dios!  Jesús lo increpó, diciéndole: ¡Cállate y sal de él! El espíritu impuro, sacudiéndolo violentamente y dando un gran alarido, salió de él. Todos quedaron asombrados hasta el punto de preguntarse unos a otros:  ¿Qué está pasando aquí? Es una nueva enseñanza, llena de autoridad. Además, este hombre da órdenes a los espíritus impuros, y lo obedecen.Y muy pronto se extendió la fama de Jesús por todas partes en la región entera de Galilea.

Escucha Señor nuestra oración

Padre: creemos que tus palabras nos hablan como nadie más lo ha hecho antes. Y es por tus palabras que nuestra fe se alimenta. Enséñanos en este día a ser una iglesia con espacios de aprendizaje, con espacios de libertad, con espacios de sanidad. Espíritu Santo que sea la sorpresa del evangelio la que me empuje a salir de las cuatro paredes donde vivimos. Porque a Jesús esperamos. Amén.

Augusto G. Milián

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