Lo que limpia el corazón


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Vivimos días de limpieza. De mucha limpieza. Y la razón es que la limpieza se ha convertido en un sinónimo de seguridad. Algunos han llegado a creer que por tener las manos alcoholizadas ningún mal les tocará a las puertas. En esta nueva manera de vivir a la que nos estamos domesticando, no importa qué tipo de espacio habitemos o en qué instalación nos movemos, sencillamente todo debe estar limpio. O que lo aparente. Siempre limpio por fuera. Si, una limpieza visible. Aunque el corazón esté en tiniebllas

En la antigüedad las leyes, sobretodo las de pureza, eran proclamadas para ordenar y facilitar la vida de los hombres; pero con los años, y las tradiciones que no prestaron atención los contextos, se creyó que los hombres y las mujeres estaban destinados a satisfacer esas propias leyes. Que habíamos sido creados para cumplir determinadas exigencias. Para repetir los mismos rituales.

A los que me escuchan en este día: Jesús no tiene nada en contra de los códigos de limpieza. No los denigra. Sencillamente sostiene que no es lo mismo asesinar o codiciar los bienes ajenos que dejar, por una vez, de lavarse las manos antes de comer. Jesús no pretende, tampoco, echar por tierra las leyes que viven los fariseos siempre y cuando esas leyes no se conviertan en cargas pesadas de llevar o en el alimento de una conducta hipócrita entre los creyentes.

Jesús aspiraba que sus seguidores seamos observantes del espíritu de la ley y no tanto de la letra. Pero a nosotros esto último se nos torna arduo. Complicado. De hecho nos resulta más cómodo abrazarnos a las tradiciones, a las vestimentas y a las liturgias, que ser hacedores de las propias palabras de Jesús. Y es que las palabras de Jesús son un desafío diario. Son incómodas. Nos empujan a tomar decisiones. Nos hacen llorar. Nos limpian el corazón.

Queridos hermanos: En esta semana en que se cumple el segundo aniversario que Radio Anglicana emite cada día las Píldoras de Fe, quiero hacer llegar a sus oyentes y a los hermanos en la fe de España y del otro lado del Atlántico, mi gratitud y mi cariño. El Reino de Dios es siempre inesperado. Nos sacude para que crezcamos. Asi que manteneos firme. ¡Que no caiga la fe! ¡Que no caiga la esperanza!

Lectura del evangelio de Marcos 7:1-7

Se acercaron a Jesús los fariseos y unos maestros de la ley llegados de Jerusalén y vieron que algunos discípulos de Jesús comían con las manos impuras, esto es, sin habérselas lavado. Porque los fariseos y demás judíos, siguiendo la tradición de sus antepasados, no comen sin antes haberse lavado las manos cuidadosamente. Así, cuando vuelven del mercado, no comen si antes no se lavan. Y guardan también otras muchas costumbres rituales, tales como lavar las copas, las ollas, las vasijas metálicas y hasta las camas. Preguntaron, pues, a Jesús aquellos fariseos y maestros de la ley: ¿Por qué tus discípulos no respetan la tradición de nuestros antepasados? ¿Por qué se ponen a comer con las manos impuras?  Jesús les contestó: ¡Hipócritas! Bien profetizó Isaías acerca de vosotros cuando escribió: Este pueblo me honra de labios afuera, pero su corazón está muy lejos de mí. Inútilmente me rinden culto, pues enseñan doctrinas que sólo son preceptos humanos.

A ti Señor levanto mi voz

Padre: Nosotros nos reímos de los fariseos y de sus costumbres. Pero permíteme en esta mañana a mirarme en el espejo de tu Palabra. Y me pregunto ¿Por qué hago mis elecciones según el dictamen de los publicistas? ¿Por qué les doy permiso a los doctores y a las doctoras de la ley que me rodean a que decidan lo que yo opino o como vivo? ¿Por qué soy tan predecible? ¿Por qué me dejo engatusar por las rutinas? ¿Por qué me lavo las manos si lo que n realidad tengo sucio es el corazón? Jesús nosotros te esperamos. Amén.

Augusto G. Milián

 

 

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