Tú eres mi castillo fuerte


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Nuestra identidad, lo que dice quiénes somos y por qué somos diferente los unos de los otros, antiguamente era una especie de regalo que podíamos ofrecer a la familia, a los amigos, a nuestros hermanos de fe y al prójimo, pero ahora se ha convertido en una especie de tenaza que muchas veces nos impide avanzar por el camino de la vida. 

La identidad se ha convertido en el bastión de los que no teniendo mucho dentro de sus almas necesitan buscar mucho afuera de sus cuerpos. Ahora tener identidad es atesorar, sobre todas las emociones, al odio. Odio hacia el que no habla como nosotros. Odio al que no viste como nosotros. Odio al que no ve el mundo como nosotros. Odio al que tiene otra manera de leer las Escrituras. Pero un día esto tendrá que acabar.

Jesús no alberga dudas sobre su identidad. El se sabe el amado del Sr. Dios. Lo sabe desde que salió de las aguas del Jordán. Y por ello se fue al desierto. Y por ello eligió a los discípulos. Y por ello ha estado caminando desde Galilea a Judea. Por ello entrará a Jerusalén. Y es que lo que somos nos ha de empujar a buscar el bien de los demás sin esperar nada a cambio. Nada.

Y es en medio de este camino que Jesús quiere saber de las certezas de sus acompañantes. De la imagen que guardan de él. De cómo le recordarán cuando ya no esté. Y por eso Jesús pregunta. Pero la interrogante no es sólo para los discípulos de allá lejos y hace tiempo. No, no hagamos falsas ilusiones. La pregunta también está dirigida para ti y para mí. Aquí y ahora.

Sólo cuando podemos nombrar a Jesús por lo que hace, por lo que nos ha perdonado, por la manera en que nos ha curado las heridas, por esa forma tan peculiar de levantarnos de la tierra y limpiarnos las rodillas para musitarnos al oído: también tú eres el amado y la amada del Sr. Dios. Cuando esto ocurre es que, sólo entonces, tú y yo podemos llamar a Jesús por su nombre.

En mañanas como esta necesito abrir los labios y respirar hondo y decir: Jesús tú eres mi roca. Mi monte alto. Mi castillo fuerte.

Lectura del evangelio de Mateo 16:13-16

 Cuando Jesús llegó a la región de Cesárea de Filipo, preguntó a sus discípulos: ¿Quién dice la gente que es el Hijo del hombre?

Ellos contestaron: Unos dicen que es Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, que Jeremías o algún otro profeta.

Jesús les preguntó: Y vosotros, ¿quién decís que soy?

Entonces Simón Pedro declaró: ¡Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo!

Señor, escucha nuestras palabras

Padre: Ahora que comienza el día queremos decir tu nombre. No nos dejes huérfanos. Somos tu pueblo y caminamos por el desierto. Espíritu Santo ven y haznos compañía. Porque nosotros solos no podemos. Jesús tu eres a quien esperamos. Amén ///

 

Augusto G. Milián

 

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