Cómo hacer un milagro con el barro


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Cuando la noche llega a la ciudad todo se llena de oscuridad y se hace el silencio. Al menos en esta parte de Zaragoza donde vivo. Es domingo. La semana comienza. Asi que enciendo una vela. Y escribo.

Hace unos días busqué un tiempo para compartir un té con los jóvenes de la universidad. Hablamos de aquellas cosas que más nos cuestan en el día a día. Que se nos hacen tan arduas como subir una montaña de los Pirineos. Se hizo un mutismo donde nos miramos los unos a otros y Pablo, estudiante de derecho, nos dijo casi de sopetón: Yo puedo perdonar, pero no puedo olvidar el daño que me han hecho.  Volvió el silencio y bajamos la cabeza. Yo no abrí la boca, pero me dije a mi mismo: eso es  sólo otra forma de decir que no puede perdona.

Perdonar no es fácil, ya lo sé. Sobre todo si nos han hecho daño. Sobre todo si nos han traicionado. Sobre todo si nos han dejado solo. Y es que nos cuesta perdonar a aquellos que más hemos amado. Porque es a ellos y no a otros a quienes les hemos entregado nuestro corazón. El problema del perdón nos acompañará desde que somos niños hasta que dejemos de respirar un día. Algunos hombres y mujeres pueden vivir sin perdonar. Otros no pueden hacerlo. Algunos que se dicen cristianos pueden pronunciar la palabra perdóname. Otros no las pueden pronunciar sencillamente.

Para Jesús el perdonar es una cuestión fundamental.  Jesús no cree posible decir creo en el Sr. Dios y no practicar el perdón. Por lo tanto en la nueva relación que nos propone, la de los unos con los otros, no se trata de llevar una cuenta de hasta cuánto podemos poner en práctica el perdón. Y es porque sencillamente la fe nunca se trata de cantidad. Nunca. Pero la iglesia lo ha olvidado.

Si, ya sé también que el dolor a veces es hondo. Perenne. Pero el perdón, que demanda Jesús, es sobre todas las cosas un cambio. Un cambio de conducta. Ya no queremos simplemente el castigo o el dolor del que nos causó la herida. Porque el perdón trata de no pagar con la misma moneda. De no hacer uso de la venganza. Tú y yo sabemos que el perdón requiere un tiempo. Es un proceso. Y demanda ser expresado con palabras. Tanto como el que lo pide como el que lo ofrece.

Quedar en paz con alguien que nos ha roto el corazón y que nos pide disculpas puede llegar a ser un arte. Un arte que no está al alcance de todos, pero que Jesús esperaba de sus seguidores no en el mundo por venir. Si no en este. No dentro de un año. Si no hoy antes que se ponga el sol en el horizonte.

En la tierra donde crecí se decía: mientras hay vida hay esperanza. Pero ahora albergo otra  sospecha: somos capaces de perdonar mientras albergamos amor. Porque sólo el amor convierte en milagro el barro. Sólo.

Lectura del evangelio de Mateo 18: 21-22

Pedro, acercándose entonces a Jesús, le preguntó: Señor, ¿cuántas veces he de perdonar a mi hermano si me ofende? ¿Hasta siete veces?

Jesús le contestó: No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete.

Escucha Señor nuestras palabras

Padre. Tú conoces nuestros corazones mejor que nadie. Ante Ti no puedo aparentar ni esconderme. En este día que  comienza enséñame a reconocer mis resentimientos y las ofensas que atesoro. Espíritu Santo ayúdame a sacarlas a la luz para ser yo el primero en dar  pasos para despojarme de ellos. Jesús yo sólo no puedo. Amén.

Augusto G. Milián

 

 

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