El cielo sigue siendo azul


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

La peor enfermedad que tú y yo podemos padecer es darnos por vencidos. Negarnos a luchar. Contentarnos con la situación que nos rodea. Conformarnos con esa pregunta que siempre toca a nuestra mente y a nuestro corazón: ¿Qué habré hecho para merecerme esto? Esta es de esas preguntas que no contiene un ápice de esperanza. Que nos empujan a quedarnos quietos. Inmóviles. Esta es una pregunta desposeída de gracia. Una pregunta que no espera ya nada nuevo bajo el sol.

Sabemos que en medio de la enfermedad es muy difícil ver el sol. Y es que las enfermedades nos vuelven ciegos. Sólo podemos experimentar las nubes grises sobre nuestras cabezas. En realidad en medio de la enfermedad casi nunca miramos hacia arriba. Y es que a veces el dolor y la pena nos impiden levantar la cabeza. Pero es en esta situación que alguien nos ve. A veces desde la distancia y se acerca.

Cualquiera diría que Jesús está mirando constantemente a su alrededor para subsanar, para remediar, para quitar todo huella del mal de este mundo. Y diría bien. Jesús mira lo que nosotros no miramos. Lo que nosotros no vemos. Y cuando Jesús mira él mira hasta donde los rayos de luz no llegan. Jesús mira nuestros corazones. Y entonces Jesús imita a su padre, el Sr. Dios. Jesús es creativo. Hace que hasta el fango parezca un milagro. Y Jesús pregunta.

Cuando Jesús nos habla a ti y a mí, que estábamos paralizados por los dolores y las angustias durante muchos años, nos invita a tres cosas: primero a ponernos de pie, después a tomar nuestro pasado y por último a ponernos a caminar. Si, las palabras de Jesús tienen poder. Nos recuerdan a esas que se pronunciaron en el pasado: ¡Hágase la luz! ¡Ábranse las aguas!¡Sea la paz!

Frente a las palabras de Jesús podemos hacer dos cosas. Algunos nos quedarnos quietos o escondidos y otros nos levantarnos y echaremos a andar por los camino. Porque es ahora y no antes que sabemos que por encima de las nubes el cielo sigue siendo azul.

Vendrán días que volvernos a levantar es la única forma que tenemos de volver a la vida. De volver a mirar hacia arriba. De volver a respirar. ¡Hágase la luz! ¡Ábranse las aguas!¡Hágase la paz en tu corazón y en el mío!

Lectura del evangelio de Juan 5; 1-8

Después de esto, Jesús subió a Jerusalén con motivo de una fiesta judía. Hay en Jerusalén, cerca de la puerta llamada de las Ovejas, un estanque conocido con el nombre Betzata, que tiene cinco soportales. En estos soportales había una multitud de enfermos recostados en el suelo: ciegos, cojos y paralíticos. Había entre ellos un hombre que llevaba enfermo treinta y ocho años. Jesús, al verlo allí tendido y sabiendo que llevaba tanto tiempo, le preguntó: ¿Quieres curarte?                                                                                                                                    El enfermo le contestó: Señor, no tengo a nadie que me meta en el estanque una vez que el agua ha sido agitada. Cuando llego, ya otro se me ha adelantado.                                                                                                                   Entonces Jesús le ordenó: Levántate, recoge tu camilla y vete.

Escucha Señor nuestras palabras

Padre:

Que Jesús sea la luz que nos ilumíname y que nos guíe. Que Jesús sea el escudo que nos proteje y que nos cubra. Que Jesús esté junto a nosotros en la tierra. Que Jesús esté sobre nosotros en el cielo. Que Jesús esté a nuestro lado en el camino. Que Jesús vaya delante de nosotros y su polvo caiga sobre nosotros. Que Jesús cuide nuestras espaldas en la noche oscura. Solo Jesús. Siempre Jesús. Amén. 

Augusto G. Milián

 

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