La parte oculta de un iceberg


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Querida iglesia:

Hemos aprendido a mirar con lupa al mundo exterior. A mirar a otras personas con microscópio, pero no sabemos mirarnos a nosotros mismos.

Las personas que queremos nos pueden engañar. Nos pueden engañar los extraños con los que nos tropezamos un día. Pero no hay peor engaño que aquel que cometemos contra nosotros mismos. Si, a veces preferimos permanecer escondidos en la cómoda y distorsionada ilusión que creemos lo que es nuestra vida. Es posible que algo no sea cierto en nuestra vidas, pero nos hemos acostumbrado a ello con los años.

A veces hace falta mucho valor y algunas herramientas para atrevernos a mirar nuestra vida como realmente es. Para mirar lo que está debajo de la superficie. Para escarbar debajo de nuestras apariencias y costumbres. Sólo los que tienen una fe madura y unas emociones equilibradas podrán hacerlo.

El relato bíblico de esta mañana comienza con algo bonito. Algo agradable. El Sr. Dios quiere dar un paseo en la tarde. Las tardes son horas tranquilas. Ya el sol no pega con fuerza. La naturaleza se prepara para la noche. Y de pronto se nos dice que La presencia de Dios causa miedo en lugar de alegría para aquéllos cuyas conciencias les acusan de haber hecho algo malo.

No se si se han dado cuenta de la paradoja. El hombre y la mujer se esconden de Dios entre los árboles del huerto,  entre los árboles que Dios les proveyó para que pudieran alimentarse. Ahora, el hombre y la mujer utilizan el regalo del Sr. Dios como una barrera para separarse de El.

Y dice el texto que Dios comienza a llamar al hombre. Generalmente, las narrativas hebreas solo tienen dos actores en el escenario’ a la vez. Por eso, Dios le pregunta al hombre primero y después a la mujer, uno por uno.

Pero el v. 10, nos dice la respuesta del padre Adán. En realidad Adán no contesta la pregunta de Dios, sino que explica porque estaba escondido. Esta respuesta refleja su cambio de conciencia. Ahora sabe que estaba desnudo. Y está asustado.

Ahora Dios hace dos preguntas más que también funcionan como una acusación. La primera es ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? El hombre siempre había estado desnudo, pero esto no había sido un problema. Es después del pecado que se da cuenta de que su desnudez le causa vergüenza. ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? es una pregunta interesante, ya que solo la mujer o la serpiente le podían haber dicho que estaba desnudo. La segunda pregunta, La segunda pregunta:¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses? elimina la esperanza que el hombre pueda engañar a Dios, de que pueda inventar una excusa por su desnudez y su extraño comportamiento. La pregunta de Dios revela que Dios sabe lo que el hombre ha hecho.

Ahora viene la excusa más antigua de los hombres y las mujeres. Una excusa que se sigue usando en nuestros días: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí. El hombre busca la manera de evitar responsabilidad, y primero se refiere a la mujer que le dio la fruta. Pero su defensa principal no es que la mujer le diera la fruta, sino que Dios le diera la mujer. Si Dios no le hubiera dado la mujer, ella no podría haberle dado la fruta y él no la hubiera comido. Entonces, según la lógica humana la causa inmediata del problema es el propio Sr. Dios.

Es aquí cuando se origina el problema del dolor entre Dios y los hombres y las mujeres. Es aquí donde el dolor adquiere la característica de herencia. Es aquí donde podemos encontrar alguna explicación a muchas de nuestras situaciones cotidianas. Si, tu y yo somos personas heridas y arrastramos dolores desde hace mucho tiempo. Y la mayoría de las veces porque hemos estado intentando escondiendo nuestra propia realidad, nuestras decisiones, Nuestras opiniones.

La buena noticia de esta mañana es que Dios utiliza con mucha frecuencia nuestro dolor para hacernos cambiar. Pero mi experiencia me dice también que no estamos dispuestos a realizar cambios importantes en nuestra vida a menos que experimentemos suficiente malestar y mucha angustia.  Nadie esta dispuesto a cambiar realmente su corazón y su mente mientras se sienta cómodo. Mientras crea que tiene la razón. Mientras sospeche que puede tener un beneficio.

Sólo cuando estemos dispuesto a asumir que hay en nuestras vidas elementos que no son buenos, creencias que no son beneficiosas y opiniones nada agradables es que estaremos en condiciones de decirle al Espíritu de Dios: ayúdame a cambiar.

Mientras no nos topemos con esta verdad liberadora estaremos escondiéndonos detrás de las circunstancias, mirándonos el ombligo, echándole la culpa a otros para no asumir nuestra propia responsabilidad.

Querida iglesia: 

Hay que mirar lo que hay debajo de nuestra superficie. Hay que mirar debajo del barniz que cubre nuestra vida. Hay que hacerse preguntas. Hay que enfrentar el dolor y salir al encuentro de Dios. El pasado es un lugar para aprender. No es un lugar para vivir. Salgamos a la luz.

Augusto G. Milián

 

Comentarios

Entradas populares de este blog

Pocas cosas cura el silencio

Una corta oración

María, madre de Jesucristo, como testigo del amor. Una perspectiva protestante en el diálogo ecuménico