También lloramos cuando cortamos cebollas


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 Pensando en voz alta

No sólo lloramos cuando nacemos. También lloramos cuando cortamos cebollas. Y lloramos cuando no podemos expresar con palabras un determinado estado emocional. A los niños no les importa llorar en público, pero la mayoría de los adultos nos hemos acostumbrado a llorar cuando nadie nos ve. Cuando estamos solos. Porque nuestra cultura no soporta las lágrimas.

Las pérdidas y las incertidumbres hacen llorar a los discípulos. Tú y yo lloramos también. Y es que la vida no es como nosotros nos imaginamos que era. O como nos profetizaron que sería. Si, los discípulos también estamos desnudos frente al dolor y al fracaso. Y las espinas que se nos enredan al andar por los caminos nos laceran la piel y nos producen un nudo en la garganta y es entonces algo salado y húmedo rueda cuesta abajo por nuestras mejillas buscando la tierra. Muchas veces los discípulos llorarán porque no pueden orar. Porque no logran tener el control. Porque la realidad es cruenta. Inmisericorde.

Pero el Sr. Dios no deja que el llanto tenga la última palabra ni antes ni ahora. Ni allá lejos ni aquí cerca. El Sr. Dios no permitirá que el dolor sea nuestra última respuesta  Y por ello nos hará preguntas cortas. Personales. Preguntas que toquen nuestro corazón.

A los que tienen los ojos húmedos, por las noticias que llegan, hoy les comparto tres propuestas. Tres remedios contra la frialdad del alma. Frente al pasado: usad el perdón. Frente al presente: tened fortaleza. Y frente al futuro: abrazad la esperanza. Y si alguien me pregunta de dónde viene mi certeza entonces les tendré que decir: ¡Jesús ha vencido a la muerte! El es nuestra esperanza viva.

Tengan un buen día y ojalá nos encontremos en el camino. Si, que hoy sea un buen día y que no caiga la fe.

Lectura del evangelio de Juan 20:11-13

Pero María estaba fuera llorando junto al sepulcro; y mientras lloraba, se inclinó para mirar dentro del sepulcro; y vio a dos ángeles con vestiduras blancas, que estaban sentados el uno a la cabecera, y el otro a los pies, donde el cuerpo de Jesús había sido puesto. Y le dijeron: Mujer, ¿por qué lloras?

A ti dirigimos nuestras primeras palabras del día

Padre: Tú nos conoces por nuestros nombres. Tú nos llamas cuando nadie más lo hace. Tú secas nuestras lágrimas. Tú curas nuestras heridas. Tú nos levantas cuando nadie más lo pudo hacer. Que tu Espíritu nos muestre el camino del perdón. Que tu Espíritu nos fortalezca. Que tu Espíritu nos permita tener esperanza aun bajo un cielo de nubes grises. Porque en Jesús nosotros esperamos. Porque en Jesús nosotros confiamos. Porque en Jesús nosotros creemos. Amén ///

Augusto G. Milián 

                                                                                

 

 

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