Tú y yo hemos sido perdonados


 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Pensando en voz alta

Cuando Jesús nos llama, a ti y a mí,  por nuestros nombres ya nada podrá ser igual.

Hay personas que pretenden encontrar la comodidad en cada esquina de la ciudad. Como si estar cómodo fuera sinónimo de estar feliz. Asi que tenemos muchos hombres y mujeres dedicando muchas energías y mucho tiempo a sentirse cómodos, pero en realidad acaban siendo infelices. Muy infelices. Hay otras personas que no buscan la comodidad, porque sencillamente saben que ella viene y va. Estos últimos son los que son capaces de levantarse, de dejar lo que están haciendo y de comenzar a cambiar su existencia. De ellos se dice que son los que disfrutan del don de la vida.

Cuando Jesús nos llama por nuestros nombres podemos responder de dos maneras. Podemos decir: ¡No me molestes que yo estoy bien aquí! O podemos levantarnos y dejarlo todo. La segunda respuesta implica compromiso y confianza. Confianza y compromiso. Acciones poco comunes en nuestra cultura. De aquí que la mayoría de las personas optan por la primera respuesta.

Cuando Jesús nos llama por nuestro nombre lo hace desde el amor. Desde la compasión. Desde la acogida. Y entonces ya no sirve de nada cuan religioso seamos, o cuan alejados estemos del Sr. Dios. El nos llama y quiere estar con nosotros. Y nos llama con una voz distinta a la que nos nombra nuestros familiares y nuestros amigos.

Cuando Jesús dice tu nombre y el mío, somos capaces de muchas cosas. Somos capaces, por ejemplo, de ponernos un delantal y ponernos a cocinar. Porque a veces cocinar para otro es la única manera que tenemos de decirle que le queremos, que es importante para nosotros y que estamos agradecidos.

Cuando Jesús nos llama, a ti y a mi, por nuestros nombres sabemos sólo entonces que la enfermedad no durará para siempre. Que la noche acabará con las primeras luces del alba. Y que si antes estaba solo ahora estoy acompañado. Que ya nadie  nos podrá lanzar piedras  porque tú y yo hemos sido perdonados.

Lectura del evangelio de Lucas 5, 27-32

Después de estas cosas salió, y vio a un publicano llamado Leví, sentado al banco de los tributos públicos, y le dijo: Sígueme. Y dejándolo todo, se levantó y le siguió. Y Leví le hizo gran banquete en su casa; y había mucha compañía de publicanos y de otros que estaban a la mesa con ellos. Y los escribas y los fariseos murmuraban contra los discípulos, diciendo: ¿Por qué coméis y bebéis con publicanos y pecadores? Respondiendo Jesús, les dijo: Los que están sanos no tienen necesidad de médico, sino los enfermos. No he venido a llamar a justos, sino a pecadores al arrepentimiento.

A ti dirigimos nuestras primeras palabras del día

Padre:

Ya sé que tú no haces acepción de personas. Asi que en esta mañana quiero que entres en casa sin pedir permiso y me llames por mi nombre. Estoy preparado para compartir la mesa con mis hermanos y hermanas, porque eso será señal de que también yo soy aceptado como el pan y como el vino. Jesús, en ti confío. Amén.

Augusto G. Milián

 

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